Son familiares, amigos o vecinos muertos como consecuencia del ataque a una mujer agredida. La cifra se duplicó en los últimos años.
Hace nada más que una semana, la llamada «masacre de Hurlingham» conmovió al país. Diego Loscalzo disparó primero contra su pareja, Romina Maguna y, una vez cometido el femicidio, asesinó también a su cuñada, su cuñado, su suegra, su concuñado y, al dispararle a su concuñada embarazada, terminó con la vida de un bebé por nacer.
Durante la madrugada del sábado, en Florencio Varela, cuatro amigas adolescentes fueron baleadas en plena calle. Dos de ellas murieron y las otras dos permanecen internadas. Luis Esteban Weiman, de 36 años, fue detenido por ser el principal sospechoso de los asesinatos.
En la Argentina, donde se produce un femicidio cada 30 horas, los hechos de Hurlingham y Varela evidenciaron que el ataque muchas veces es a la víctima directa y también a su entorno o a quienes hayan quedado en la línea de fuego del femicida. Estos se llaman «femicidios vinculados» y, según estadísticas de la ONG La Casa del Encuentro, abocada a visibilizar y denunciar la violencia de género, en los último años se duplicaron las víctimas fatales.