Si hay fracaso que no se note, pero nada de contarle a Messi

En el fútbol las cuentas no son iguales a la de los libros de matemática. Tampoco son aplicables las recetas de los manuales autoayuda. Eso de «en el fútbol como en la vida» es pura sanata cuando te cargan en las espaldas a un país. Nadie, por voluntarioso que fuera, va a coordinar mejor los movimientos sólo por recordar las recomendaciones de un deportólogo. Tampoco la pelota se va a clavar en un ángulo por el aliento de los hinchas.

Quedó demostrado también que no importa si late o si tiembla o si hace el mismo frío que en el Monumental, pero en Primavera. El silencio es igual de atroz en la Bombonera. Como si fuera el eje de este lío. Complejo lío en el que quedaron Messi y sus compañeros de la Selección.

Pero la culpa no es de los jugadores. Ellos hacen lo que pueden, resignan su tiempo libre para defender los colores argentinos. Vienen desde Europa con el avión cargado de goles y laureles, pero se bloquean cuando la presión no tiene nada que ver con la billetera. La culpa es nuestra. Nosotros le hicimos creer a Messi que solo todo lo puede. Porque es el mejor del mundo.  El sucesor de Maradona. El hijo de Dios hecho jugador de fútbol.

Y lo rodeamos de amigos para que no se sintiera mal. Creímos que lo mejor para él era la felicidad con sus íntimos. Y como los amigos tienen códigos, hasta le permitimos que fuera corporativo contra el periodismo y se riera de los sponsors. Porque a pesar de ser el más mimado por la prensa no va ni a las conferencias obligadas de la Conmebol porque se dijeron cosas «tremendas» del amiguito Lavezzi. Más recordado por el chorro de agua a Sabella en Brasil, que por sus goles decisivos en la Seleccion. De Messi nadie habla mal. Está mal visto. No hay mucho malo para decir.

Messi, Icardi, Agüero (afuera por disfrutar de la noche holandesa, preocupadísimo por Rusia) son reyes en España, Italia e Inglaterra. Pero acá no es el arco lo que tienen entre ceja y ceja, acá lo importante es el conflicto con la prensa que ni siquiera les permite darse cuenta de que servimos para comunicar. «Tranquilos, vamos a dejar la vida en Quito», «Vamos a jugar pensando  en ustedes», «No clasificarnos sería un fracaso», «No podemos dejar a Messi sin su ¿último? Mundial». No es tan grande la exigencia. El silencio tampoco en este caso es salud.

Como si fuera un circo romano, vimos rodar cabezas de entrenadores con simples bajadas de pulgares. Al Patón Edgardo Bauza lo ningunearon con la misma impunidad con la que habían rebotado a Batistuta de un vestuario. Y pusieron a Sampaoli, al que querían desde el principio pero que debía esperar una AFA firme para que el contrato no fuera un flan como todo lo que se viene haciendo en los últimos años en el fútbol argentino. Con Grondona y sin Grondona. Con un Chiqui Tapia al que el puesto no le queda grande. Le queda gigante.

Fuimos nosotros también los que le hicimos creer a Messi que Higuaín era malo. Que hacía lío en los cumpleaños y no metía las pelotas que tenía que meter. Mucho más evidentes cuando era Messi el que no la metía. Lo echamos como un perro  de la Selección y llenamos de memes divertidos nuestros teléfonos creyendo que era Higuaín el verdadero culpable de todo. Nosotros preferimos privarnos de sus goles.
[youtube https://www.youtube.com/watch?v=RVbUrxFuhgk&w=320&h=266]  «Ponelo al Kun, Pipa está muerto», de Messi a Sabella en Brasil (TyCSports)

Y el que pagó los platos rotos fue Gago que se cargo las cruces de los millones de argentinos que le hicieron creer esta semana que es el que mejor se entiende con Messi. Y no es así. De los 58 goles que hizo con la camiseta de la Selección 20 fueron en sociedad con Pipa. Y una o dos por pases de Gago, que por tanta presión la rodilla se le venció cuando la recibía solo en la mitad de la cancha y quedó más al borde del retiro que de la recuperación. También es culpa nuestra. Es más canchero decirle «Lady Gago» en Twitter que hacernos cargo.

Y para reforzar el concepto de que el grupo no discrimina a nadie porque los malos se excluyen solos le abrieron las puertas al bueno de Icardi que todavía no entendió que lo llamaron para apagar un incendio y está más preocupado por si el platinado combina con el de Wanda para la presentación de su biografía autorizada. Si con cero gol en la Selección ya tiene un libro si llega a embocarla en Quito se escribe una enciclopedia.

A días de la fiesta de despedida en Ecuador las piernas pesan más en la Bombonera que en la altura de Quito. Nadie todavía se atreve a decirle a Messi que si no meten un gol en el Atahualpa, va a ser el protagonista de uno de los fracasos más grandes de la Selección en su historia. Seguramente lo mejor para que tampoco nosotros sintamos el impacto será convencernos de que todo es mejor así. De que hay que bajarar y dar de nuevo. De que tenemos el fútbol que nos merecemos por la dirigencia que lo hizo añicos.

Y si ganamos y llegamos a Rusia nos olvidaremos de todos nuestros males y volveremos a hacerle creer al crack del Barcelona que todo se resolvió gracias a él. Que eligió bien al grupo. Que Sampaoli es el nuevo Che Guevara. Y que le vamos a cantar lo que se siente dar la vuelta en Moscú.

Pase lo que pase,  Messi no va a dejar de ser el mejor del mundo ni el más talentoso de todos los tiempos. Ahí, codo a codo con Diego, que sí tuvo la fortuna de ser campeón. Messi seguirá siendo el goleador histórico de la Selección y el responsable de haber llegado a tres finales. Una era exitosa que injustamente no fue acompañada con títulos. Nadie podrá echarle la culpa si en Ecuador las cosas salen mal.

Pero que tampoco nadie rompa los códigos. Si hay fracaso que no se note. Y nada de contarle a Messi.

Por Rodrigo Calegari

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