Roberto Feletti, impulsado por Cristina Kirchner, llevó adelante la maniobra política con un propósito: culpar de la inflación a los hombres de negocios.
Por Marcelo Bonelli para Clarín.
Roberto Feletti decidió desde un primer momento disponer en forma unilateral el polémico congelamiento de precios. La extrema medida no fue resultado de una negociación frustrada, con los formadores de costos. Feletti -impulsado por Cristina– llevó adelante la maniobra política con un propósito: culpar a los hombres de negocios de la indomable inflación.
También, para que la Casa Rosada quede como la única dispuesta a frenar “los abusos” cometidos por las empresas, los súper y los –para el relato oficial- malvados monopolios. Así se desprende de la trastienda ocurrida en los últimos días que reconstruyó Clarín: Feletti jamás abrió el diálogo y –peor aún– boicoteó cualquier canal de comunicación pedido por los formadores de precios.
El funcionario no se apartó del guión armado desde las oficinas de Cristina para la operación: “Yo quiero acordar; pero si no, voy actuar para defender a la gente”.
Paula Español fue eyectada de la Secretaría de Comercio porque la vice la consideraba blanda. Español hizo lo mismo que ahora hace Feletti y tuvo un año de continuos fracasos. Feletti –y Débora Giorgi– elevaron el perfil para satisfacer a Cristina y no atendieron a nadie. Los contactos se hicieron solo por mail, cuando se notificaban frondosas listas de precios congelados.
La primera reflejó la desorientación oficial y fue el hazmerreír general: incluyeron productos que ya no existen en Argentina. Ambos –Feletti y Giorgi- no respondían los llamados y las respuestas para negociar –que generaron muchas compañías– fueron solo con monosílabos. Ninguna empresa pudo hablar en forma individual en estas convulsionadas jornadas. Feletti solo estuvo a solas con Daniel Funes de Rioja. El líder fabril le dijo: “Esto nunca funcionó”. El secretario contragolpeó: “O lo aceptan, o lo imponemos”. Funes insistió: “Deben conversar empresa por empresa”.
Ocurrió el lunes. Ya era tarde: estaba lista la resolución, con precios incluso –entre un 15 y 30 %- menores a los existentes al iniciar octubre.
La intención de la operación política fue clarísima: hacer que se negociaba y después acusar a los hombres de negocios de frustrar un acuerdo por avaricia. El fin de semana se ultimaron los detalles. Hubo reuniones de funcionarios y declaraciones en ese camino: culpar a los hombres de negocios de la inflación.
La poderosa COPAL ayudó a ese objetivo oficial: el duro comunicado del martes fue festejado –en la intimidad- por Feletti, porque le abrió las puertas para romper el diálogo e intentar ponerse como un insólito Robin Hood de la gente.
Ocurre cuando el Gobierno recalentó los precios: un informe confidencial del Indec advirtió que el piso inflacionario de octubre –tomando primer quincena- ya es del 3,2%. El documento de COPAL surgió a propuesta de la Comisión de Asuntos Institucionales de la COPAL que lidera Diego Hekimian (Pepsico). También están Cecilia Rena (Arcor) y Leandro Bel (Nestlé).
El texto reflejó la bronca de las alimenticias porque acusan a Feletti de manejarse con mentiras y falacias. Hubo un debate interno y, al final, se impuso la línea dura: fijar una posición y advertir un atropello.
La bronca obedece a múltiples factores: desde hace una semana un ejército de trolls del oficialismo salió a marcar y denostar empresas. En especial, a las que tuvieron mejor balance el ultimo año, como si ganar plata en Argentina fuera delito.
Ahora, Feletti asusta con el control popular del congelamiento. Estaría a cargo de intendentes y movimientos sociales: viejas fórmulas de un verdadero fracaso.
La operación política se instrumentó para esconder una realidad palpable: el rotundo fracaso de Alberto y Cristina para combatir la inflación. Ese fiasco les costó la caída electoral.
La vice está desorientada y propicia ideas contradictorias: ponerle un cepo a los precios, mientras le da bomba a la maquinita , la expansión fiscal y el aumento de costos.
También intenta tapar el fuerte desequilibrio de los precios macroeconómicos: tarifas, dólar y salario retenidos y atrasados.
Las medidas en marcha se asemejan al Plan Primavera de Raúl Alfonsín. La experiencia terminó mal: el radicalismo perdió la elección y la economía eclosionó. En la UIA lo llaman “el Plan Primavera de Alberto”. Igual.
Ahora, las condiciones son distintas. Pero el Gobierno se esmera en repetir medidas que fracasaron en el pasado: ¿por qué habría otro resultado?
El BCRA emula a Guillermo Moreno. Miguel Pesce prometió lo que armó hace una década -y fracasó- Moreno como funcionario: liberar dólares solo a los que entren dólares. Fue una máquina de coimas y truchadas.
El desorden económico fue el motivo de la íntima charla que tuvieron Máximo Kirchner, Wado de Pedro y Sergio Massa con otros ocho CEO argentinos. Los nombres se mantienen en reserva. En breve, el trío y los capitanes de industria irán a verlo a Alberto. Esa noche en Tigre el encuentro fue bravo y un comensal afirmó: “¿Son conscientes de que estamos al borde del abismo?”.
Juan Manzur percibió las dudas que existen en Manhattan sobre la Argentina. Después del fracaso de Cristina, la frustración que fue Mauricio Macri y el desaguisado de Alberto, hay mucho escepticismo. Los informes secretos en Wall Street insisten en una cuestión: el problema central en Argentina es de gobernabilidad y no económico.
En esos paper los bancos de inversión dicen que es necesario definir primero quién manda en el país: Cristina o Alberto. Recién después sugieren instrumentar un plan coherente con apoyo político. Manzur -con Martín Guzmán- se vieron cara a cara con los hombres de negocios de Wall Street. La reunión la organizó Javier Timerman y fue en el Consulado de New York.
Manzur se esmeró en dar garantías de racionalidad. La transcripción de sus afirmaciones circuló en memos confidenciales. Algunos calificaron su exposición como gauchesca. Fue porque Manzur sorprendió a todos con una explicación del Escudo Peronista. Hizo una alegoría indescifrable para los duros financistas de Manhattan, que solo entienden de dinero.
Ocurrió para explicar que el Gobierno no estaba contra los hombres de negocios. Afirmó: “El escudo explica nuestra esencia. A favor de la producción y del trabajo”. Y siguió en medio de las sorpresas: “Los brazos entrecruzados demuestran que buscamos la paz y la armonía”.
Las explicaciones sobre el emblema de la paz peronista no convencieron a los duros de Manhattan. Un banquero disparó: “¿El peronismo está dividido?”. Manzur contragolpeó campechano: “Parece que nos peleamos, pero adentro tenemos mucho diálogo”. Guzmán lo escuchaba atento. Terminaba una semana dura y desgastante: no le fue bien en el FMI.
El ministro empezó con una definición polémica: “Las reservas no están mal”. Hubo murmullos. Después arremetió contra los empresarios argentinos. No lo dijo taxativamente, pero los acusó de holgazanes y también los culpó de la inflación. Así lo dijo: “No quieren aumentar su producción y ajustan con los precios”. Mostró un cuadro con caídas de exportaciones y remató amenazante: “Los fabricantes de bienes transables tienen poco dinamismo”. Utilizó la máxima de la Vice y el kirchnerismo: todo anda mal, pero la culpa no es mía, sino de otros.