Para que Milei y otros piensen: hace dos siglos y medio el escocés Adam Smith fue agorero

A 17 años del estallido del sistema financiero, autores de la economía clásica que tomaron vigencia en medio de la crisis vuelven a resurgir en el contexto actual.

Por Fernando del Corro

Una de las curiosidades del paquete de salvataje al sistema financiero propuesto en 2008 por el ex presidente George Walker Bush al Congreso de los Estados Unidos de América es que, dentro de los 700.000 millones de dólares estadounidenses que iban a salir de los bolsillos de los contribuyentes de ese país, una parte estaba destinada a pagar las indemnizaciones para la burocracia gerencial de las empresas quebradas, los mismos corresponsables de esta crisis contemporánea, seguramente a corto plazo la más importante de la historia del capitalismo a escala planetaria.

El hecho ya inicialmente había merecido algunas protestas, sobre todo del lado de la bancada demócrata en el parlamento de ese país, algo que respondía a un hecho de estricta justicia más allá de que para algunos pudieran existir especulaciones electorales de cara a los comicios presidenciales a realizarse dos meses después ya que los afectados por la explosión de la burbuja inmobiliaria, no contemplados en la propuesta de Bush y su secretario del Tesoro, Henry Paulson, son varios millones y los gerentes a solucionarles la vida una cantidad poco significativa a la hora de contar sus votos.

    El 25 de septiembre de ese año, hacen hoy 17 años, me pareció interesante profundizar el tema y con ese motivo publiqué una nota de análisis en la que señalé que el estallido financiero de entonces y la propuesta de Bush-Paulson de salvataje a los bancos y a los responsables del desastre y no a los endeudados (más allá de que en su afán consumista hayan sido parte necesaria de todo eso), daba lugar a algunas reflexiones sobre el colapso de un capitalismo gerencial curiosamente previsto dos siglos y medio atrás por un pensador escocés (economista, filósofo y astrónomo) llamado Adam Smith, padre del liberalismo, quién en 1776 dio a conocer su obra cumbre: “Análisis de la naturaleza de la causa de la riqueza de las naciones” o simplemente “La riqueza de las naciones”.

Cuando hoy se habla de “neoliberalismo” se propugna un esquema económico que Smith ya había cuestionado porque se trata de una regresión al mercantilismo imperante durante un siglo y medio anterior a él. Naturalmente Smith representaba a la emergente burguesía industrial británica y a las nuevas concepciones tecnológicas surgidas de centros académicos como la Universidad de Edimburgo (Escocia) a la que estaba ligado. No era un revolucionario y tres cuartos de siglo después recibió los ataques del emergente del nuevo proletariado, el alemán Kart Heinrich Marx.

En medio de la crisis actual estos clásicos vuelven a tener vigencia, como algunos otros. Sin embargo el caso particular de Smith merece una revalorización como visionario no ya de las grandes transformaciones sociales, sino del devenir del propio capitalismo en el cual la innovación tecnológica debía jugar el rol decisivo, como lo planteó a partir de su famoso análisis de una fábrica de alfileres. Y en este caso en particular de la crisis contemporánea surge su pronto olvidada advertencia sobre los riesgos que implicaba para la salubridad del sistema la burocracia gerencial.

Este tema está ampliamente desarrollado en el Capítulo V de “La riqueza de las naciones” y hasta fue motivo para que el parlamento británico sancionara, en su momento, una ley regulatoria de las sociedades anónimas que trabó la posibilidad de que los gerentes llegaran a los directorios de las empresas ya que se estableció que para ocupar esos cargos hacía falta ser un accionista con un capital no menor a las mil libras esterlinas. Una cifra realmente importante para aquella época, unos cuantos millones de nuestros tiempos.

En ese texto Adam Smith hizo un estudio del funcionamiento de varias empresas importantes de su época y remarcó los problemas que se fueron generando en algunas de ellas como resultado de los manejos de los gerenciadores y así reclamó la sanción de las normas sobre el funcionamiento de las sociedades anónimas. Su idea central era la de defender a los inversores, a los propietarios de las acciones, como forma de garantizar el sostenimiento del sistema. Algo que si bien tuvo eco en su momento luego fue olvidado tapado por la nueva lucha de clases entre capitalistas y asalariados.

Pasaron casi dos siglos y hacia los años 1960 otro gran economista, también defensor del sistema capitalista, como el estadounidense John Kenneth Galbraith, asesor del presidente John Fitzgerald Kennedy, retomó el tema de la cuestión gerencial para advertir sobre los riesgos que implicaba para el porvenir de las empresas. En un extenso trabajo en la materia advirtió sobre el traslado de los ingresos empresarios a los bolsillos de los directivos en desmedro de los accionistas. Hasta cuestionó la vida fastuosa de los gerentes que incluía el naciente uso de aviones privados.

Hace unos años algunas empresas comenzaron a mostrar los resultados de todo ello. Enrom comenzó la lista en los Estados Unidos, seguida por World Com, y algo después estalló el caso Parmalat desde Italia y no faltaron otros casos menos resonantes. Y aún antes y ya vinculado a las burbujas financieras, aunque no inmobiliarias, desde Singapur estalló el caso de los derivativos que determinó la quiebra de la inglesa Baring Brothers, aquella emblemática firma del cuestionado préstamo a la Provincia de Buenos Aires otorgado en 1822 por gestión de Bernardino de la Trinidad González Rivadavia.

La Baring Brothers , que estuvo a punto de quebrar en 1889 por culpa de la Argentina y que debió ser salvada por el Banco de Inglaterra se cayó definitivamente en 1995, pero los negocios de los derivativos prosiguieron y así sumaron unos 60 billones (millones de millones de dólares estadounidenses) impulsados por los seguidores de Nick Leeson, el gerente responsable de la bancarrota de la Baring. Algo de lo que se habla poco pero que puede sumarse, explosivamente, a la crisis financiera desatada en torno de las llamadas hipotecas “subprime”.

Otro gran economista, en este caso inglés, John Maynard Keynes, también capitalista, siete décadas atrás que cuando una persona le debía mil libras esterlinas (que ya valían muchísimo menos que las de la ley de Smith) a un banco y no le podía pagar estaba en problemas, pero que si debía un millón y no podía pagar el que estaba en problemas era el banco. Así hubo millones que estaban en esta última posición y por eso el sistema estaba en problemas pero, en tanto, además del salvataje a los bancos, se impulsaba indemnizar a los que instrumentaron todo esto junto con todos los teóricos “neoliberales”.

Claro que estos operadores del capitalismo gerencial podrán no conocer ni interesarse por estas historias al igual que los “académicos” a los que repiten; es probable que tampoco estén preparados para pensar sobre estas cuestiones, pero lo cierto es que fueron muy eficaces para operar en los mercados con vistas a sus intereses personales, aunque desataran esta crisis de impresionantes dimensiones y esa capacidad para operar, ligada al manejo de influencias, seguramente es lo que ha hecho que una vez más sus personales intereses hayan sido incluidos a la hora del salvataje de lo que provocaron.

    Todo ello debiera hoy ser pensado por ultraliberales comenzando por el presidente argentino Javier Gerardo Milei, más allá de los elogios que recibiera de su colega estadounidense Donald John Trump.

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