Inquieto, el Presidente citó a Martín Guzmán. El ministro apuesta al atraso cambiario para frenar la inflación. Máximo Kirchner quiere juntar a los sectores de la oposición más próximos al Gobierno para que respalden la negociación con el FMI.
Por Marcelo Bonelli para Clarín.
Existe inquietud en la Casa Rosada por el recalentamiento de los precios y un índice de inflación que no da respiro. Hubo tres planteos esta semana al ministro Martín Guzmán, a quien se interpeló por la continua alza de los precios.
Clarín confirmó que Alberto Fernández habló sobre la cuestión, a solas con el ministro, el sábado en Olivos. Guzmán blanqueó un dato que genera intranquilidad: en marzo la inflación será superior al 4%. Marco Lavagna –titular del Indec– elaboró un primer informe secreto: el índice podría tocar el 4,2%.
Guzmán intentó tranquilizar a Alberto: “Presidente –dijo– siempre estimamos un primer trimestre con alta inflación”. Y remató: “Vamos a cumplir la pauta del 29%”.
El problema se trató -ese día- también en el Congreso, en el encuentro que Guzmán tuvo con Máximo Kirchner y Sergio Massa.
Ambos le exigieron acción contra la remarcación: expresaron los cuestionamientos del ala política al Palacio de Hacienda. El ministro concurrió para apoyar la reforma tributaria y mantuvo un diálogo a solas -para despejar nubarrones- con los dos líderes del Frente de Todos.
Ambos dirigentes hablaron del FMI. Pero le dijeron al ministro que habría que aplicar medidas para “controlar” la inflación.
Máximo tiene una frase de cabecera: “No podemos tener solo un ministro de la deuda, necesitamos un ministro de Economía”.
Massa insistió con su propuesta: “Hay que frenar la inflación, y poner pesos en la calle”.
El miércoles, el tema se abordó en el encuentro del gabinete económico-social. La escalada de fin de año provocó el terrible pico de pobreza: 4 de cada 10 personas son pobres en Argentina.
El indicador tiene un traducción concreta: el terrible fracaso de la clase política para elaborar un plan de crecimiento sostenido que genere inclusión social.
Cristina Kirchner escondió a los pobres y llegó a decir -en la FAO, en Roma- un dislate homérico: que la pobreza, al final de su mandato, era del 7%. Terminó -la verdad- su mandato con 30% de pobres.
Mauricio Macri creo el falaz eslogan de “pobreza cero”. Terminó con el 35,5%. Alberto creó la marketinera –y nada eficiente- “Mesa contra el Hambre”. Subió al 42% la marginación.
La pobreza viene creciendo desde la época de Raúl Alfonsín. Pero pegó un salto fuerte y estructural con Carlos Menem. Y –después– ningún Presidente pudo frenar el tobogán social y revertir la tendencia. Todos fracasaron por una razón: no hubo nunca un plan de estabilización y crecimiento que permitiera un desarrollo sostenido. En general, se optó por el facilismo de los “parches”.
Ahora se hace los mismo: Argentina sigue sin rumbo y el Gobierno promueve una competencia para ahuyentar la inversión privada.
También el “efecto Cristina” sigue produciendo una inusual erosión en los activos locales. Solo en marzo, las acciones argentinas en Wall Street cayeron un 19% y los bonos, un 9%.
Guzmán pidió una tregua frente a las dudas en el Gabinete.
En la intimidad, insiste con un zanahoria política: está confiado de que la inflación será del 2 % en mayo y –optimista- asegura que llegará al 1% cerca de la crucial elección de octubre.
Su estrategia anti-inflacionaria central es atrasar el dólar. Una política con alto riesgo futuro.
Existe una suerte de “tablita” secreta no oficial. Miguel Pesce instrumenta esa decisión de Economía: en enero se devaluó un 3,7%; febrero un 2,9%; marzo un 2,4% y se proyecta un 2% en abril.
Guzmán le transmitió al Gabinete que esa “tablita” dará resultado: que la inflación bajará. El atraso cambiario es la única “estrategia” anti–inflacionaria.
Se contradice con el propio diagnóstico de Guzmán: el ministro sostiene que la inflación tiene un origen “multi-casual” y, por lo tanto, necesitaría un plan “multifacético” para atacar con éxito la inflación.
A Guzmán todos sus colegas lo miran con recelo. Pero resistió el embate y también inquietantes versiones. Circuló –sin ningún fundamento- que Cecilia Todesca podría reemplazarlo al frente del Palacio de Hacienda.
La versión surgió de oficinas de la Casa Rosada y avanzó en la City porteña. Lo quieren apurar porque pretenden acción y “relato” contra los precios. La Cámpora y Cristina pretenden que Economía culpe a los empresarios y blanquee una estrategia de precios al estilo Axel Kicillof.
Guzmán no quiere. Admite que fue una política que fracasó en el segundo mandato de Cristina.
Pero Paula Español encarna esas banderas. Extendió el control de precios sin –siquiera- negociar con los formadores del mercado.
La COPAL reclamó y Daniel Funes del Rioja presentó un documento duro: las empresas de la alimentación tienen un atraso en sus costos del 25%. Español contragolpeó: “Dejá de llorar. Las empresas siguen ganando”.
Hubo una reunión de urgencia. COPAL amenaza con recurrir a la Justicia y lo hará público a la brevedad. Funes exclamó, en esa acalorada reunión de hombres de negocios: “Solo quieren pisar la inflación”.
El ministro Guzmán está firme. Alberto lo respaldó frente a las versiones y quiso dar un mensaje interno al recibirlo -largas horas– en Olivos: no hay cambios.
Guzmán tiene un poder adicional: es el interlocutor de Argentina con el FMI y nadie quiere contradecir el deseo de Kristalina Georgieva de tenerlo en la mesa de negociación. También la “cara visible” de la Casa Rosada con el Tesoro de EE.UU.
En Wall Street, los bonistas insisten en que en Washington no le fue bien. En sus informes reservados afirman que el avance con el FMI es nulo y que la interlocución de Guzmán con el Tesoro resulta pobre. Así lo transmitieron JP Morgan, Morgan Stanley y UBS a sus exclusivos clientes.
Los bonistas de Manhattan trabajan con una hipótesis: dicen que no habrá acuerdo con el FMI. Guzmán, en una semana, estará en Berlin, Roma, Madrid y París. Avanzará en la estrategia que más le agrada al Gobierno: intentar diferir los problemas y ganar tiempo. Se busca apoyo en el FMI y patear el pago al Club de París.
El ministro insiste en seguir negociando con el FMI. Para Guzmán, le daría un “paraguas político” a la estrategia de contener al dólar. El encuentro en Olivos fue “power” y Alberto insistió mucho en los requisitos políticos que deben incluirse en cualquier negociación con el FMI.
Ocurrió cuando Guzmán contó cómo Georgieva rechazó el plan de Cristina de pedir un acuerdo a 20 años. Alberto Fernández, primero, le exige a Guzmán que quede claro que el programa acordado es una propuesta de Argentina. También, el Presidente lo instruyó para lo siguiente: incluir una cláusula especial en el eventual acuerdo con el FMI.
Sería para conformar y tranquilizar a la vicepresidenta. Se trata de establecer en el convenio una cláusula para que Argentina goce automáticamente cualquier cambio en el estatuto del FMI, que permita alargar los plazos de un acuerdo de 10 a 20 años. Ambas exigencias son “relato” y se pretenden incluir, para satisfacer el discurso electoral de Cristina.
Se trata de cosmética. Como el intento de forzar, este jueves, una reunión con Horacio Rodríguez Larreta, que finalmente pasó para el sábado.
Larreta no confía en Alberto. Dice que las desleales acciones del Presidente rompieron la confianza. Por eso no quería concurrir a Olivos, para que Alberto lo embrete en una negociación externa que la oposición califica de pésima.
Máximo Kirchner sondeó -hace unas semanas- la búsqueda de un acuerdo con poco éxito. Habló con Cristian Ritondo.
La intención del jefe de La Cámpora –con aval de Cristina– es juntar a los “presidenciables” de la oposición y el oficialismo: Larreta, María Eugenia Vidal, Martín Lousteau, Rodolfo Suárez, Jorge Capitanich, Kicillof, Massa y el propio Máximo.
En el plan de Máximo, “los ocho” acordarían un aval a la negociación con el FMI. La iniciativa no avanzó. Por eso, este sábado solo habrá un tema en la cumbre de Olivos: cómo atacar la nueva ola de Covid, que – en realidad- parece un tsunami.