En los “papers” que viajan de Buenos Aires a EE.UU. existe una propuesta: metas crecientes de acumulación de reservas en el Banco Central.
Por Marcelo Bonelli para Clarín.
Las conversaciones son secretas, pero febriles: el FMI negocia con el Ministerio de Economía el futuro de la política cambiaria de la Argentina. Los “Zoom” se repiten y se trabajó toda la última semana: en algunas reuniones participa el propio Martín Guzmán y el auditor de Washington, Luis Cubeddu. En los “papers” que viajan de Buenos Aires a Estados Unidos existe una propuesta concreta: metas crecientes de acumulación de reservas en el BCRA.
En otras palabras: ahora se está discutiendo el corazón de la política cambiaria argentina. Los funcionarios del FMI quieren un aumento importante de reservas y fortalecer así la actual vulnerabilidad externa del BCRA.
El ministro comparte la exigencia. Guzmán comunicó al Presidente la imperiosa necesidad de acumular divisas, para evitar que la actual «pax» cambiaria sea efímera y tiemble en enero.
Por eso, Guzmán tuvo –el miércoles– una reunión con el Consejo Agroindustrial. Otra vez, hay negociaciones con las cerealeras para engrosar los envíos de billetes. Estuvieron José Martins y Gustavo Idigoras. Las tratativas reservadas –no exentas de reproches- apunta a fortalecer esas “metas de reserva” que se negocian con el FMI.
Hasta ahora existen diferencias (entre Washington y Guzmán) sobre la tablita que fijará los aumentos de los dólares de libre disponibilidad. La cuestión es crucial: esos compromisos definen la política de devaluación para el 2021. En otras palabras: si la Casa Rosada deberá acelerar el ritmo de ajuste cambiario y también de inflación. Por eso generó tanto ruido político el “papelón” diplomático, después de la conversación entre el Presidente y Joe Biden.
La incontinencia verbal de Felipe Solá dejó al descubierto los ruidos con el FMI.
En los últimos días, Sergio Chodos volvió a dialogar con Mark Rosen. Intentó cerrar el episodio.
Según Solá, el director de Estados Unidos en el FMI pone “palos en la rueda” en la negociación de un acuerdo. Rosen le reprochó duro a Chodos: “Yo estoy trabajando con ustedes para ayudarlos y el canciller dice que los boicoteo”. Cubeddu –en la intimidad– coincide en que el tipo de cambio actual no está atrasado en relación a la serie histórica de Argentina.
Pero también el auditor insiste en que todavía el ingreso de divisas es exiguo y no garantiza consistencia cambiaria para enfrentar la turbulencia en Argentina.
En su diálogo en Buenos Aires, el funcionario del Fondo afirmó que, si no cambia esta tendencia, se necesitaría acelerar la devaluación para fortalecer las reservas.
La discusión es fuerte y se mantiene abierta. Porque la cuestión obliga a otra cosa: definir una política fiscal y monetaria ortodoxa. El FMI tiene una regla de oro: a mayor ajuste fiscal y monetario, una menor tasa de devaluación.
El ministro se juega todo en el refuerzo de los dólares. Guzmán tiene un diagnóstico “optimista” de la situación económica.
En Olivos expuso ante el Presidente: afirmó que la economía mundial jugará –el año próximo- a favor de Argentina. En ese “paper” se dice que Biden debilitará el dólar y aumentarán los precios internacionales.
También se afirma que la vacuna contra la pandemia permitirá un rebote de la economía. La Cámara de la Construcción augura un alza del 20%. Pero existe un fuerte cruce internacional entre los laboratorios. Acusaciones mutuas, que se dirimen con versiones sobre la poca efectividad y los problemas de cada vacuna.
En el Ministerio de Salud existe un informe que quema: todo obedecería a una lucha de intereses para adueñarse de los mercados sanitarios internacionales.
Pero el diagnóstico “light “ de Guzmán tiene una incógnita central: si la Casa Rosada y el Instituto Patria jugarán a favor de la reanimación en Argentina. Por eso Kristalina Georgieva quiere esperar: utilizar estos meses hasta febrero, para comprobar cómo se instrumentan los compromisos de Alberto y Guzmán con el FMI.
En la Casa Rosada –además– volvieron los rumores sobre cambios en el Gabinete.
Hasta ahora son versiones que lanza el círculo íntimo del “albertismo”. Los nombres que suenan en duda son los ministros de Agricultura, Luis Basterra; de Producción, Matías Kulfas, y ahora se incorporó Felipe Solá.
Pero aún nada es firme. Todos codician el cargo de Miguel Pesce, pero el Presidente ratificó al jefe del BCRA. Alberto buscaría relanzar su gobierno recién cuando comience el –aún incierto– operativo de vacunación.
También la decisión de Cristina de cambiar la fórmula para los jubilados metió ruido y abrió polémica. Sumada a la amenaza de la vicepresidenta, que repite en el Instituto Patria: “En el Senado voy a frenar cualquier ajuste”.
La última aparición de Cristina metió mucho ruido a la economía: fue comentario negativo en todo el movimiento empresario la declaración de guerra a la Corte Suprema y la crítica personal a sus miembros.
Cristina reflejó en ese violento texto su propia impotencia e incapacidad política. A un año de gestión le fue imposible mejorar su delicada situación procesal por delitos de corrupción. En el “círculo rojo” se conoce que Cristina habría pactado con Alberto Fernandez un acuerdo secreto, cuando lo eligió como candidato a Presidente.
Alberto se ocuparía de la economía y también de facilitarle la resolución de sus múltiples causas judiciales. Ese “pacto” tiene un “pecado original”: lo avanzado de las causas contra la vicepresidenta y la contundencia de las pruebas judiciales.
La actual AFIP –por ejemplo– no pudo desandar el camino de los testimonios dados por los funcionarios de carrera. Furiosa, acusó de traidora y desagradecida a Mercedes Marcó del Pont.
También le ocurrió a Amado Boudou: el ex vicepresidente dejó los dedos marcados por todos lados en su afán de quedarse con la “máquina de fabricar dinero”.
Según dicen en la Corte, Cristina reaccionó como Donald Trump: frente a la adversidad, quiere desconocer la realidad e inventar un insustancial relato virtual. El texto de la vicepresidenta es propio de la peor versión de Cristina: egocéntrico, sólo resaltó su gestión y obvió en el balance al propio Presidente y a Sergio Massa.
La repetición de la teoría del Lawfare ya cansa y no es convincente, aún en los sectores más racionales del Instituto Patria.
En la Casa Rosada se siente cierto placer por la iracundia de la vicepresidenta. Alberto habría gozado el traspié de Boudou e hizo este jueves una declaración ambigua sobre el embate de Cristina.
El temor de los hombres de negocios radica en una cuestión: la imposibilidad de gobernar con un poder bifronte y la capacidad de daño político de Cristina.
Afirman –utópicos- que la vicepresidenta podría jugar a favor de la estabilidad y gobernabilidad. Pero lamentan que esté envuelta en sus anacrónicas ideas y fantasmas del pasado.
Ocurre cuando hay movimientos políticos en las principales entidades fabriles. El jueves, Guzmán concurrió a un encuentro de Paolo Roca. Eso no pasó desapercibido. En la UIA ya comenzaron las negociaciones -y conspiraciones- para elegir un nuevo conductor fabril. Hasta ahora hay un trío de candidatos: muchos apoyan la reelección de Miguel Acevedo, pero pisa fuerte Daniel Funes del Rioja.
La sorpresa: se habla de la candidatura de Carolina Castro, la primera mujer que podría conducir la UIA.