El rechazo del presidente a una libre flotación del tipo de cambio tiene que ver con que la inflación aún es muy elevada y los precios están fuertemente ligados a la paridad cambiaria.
Por Miguel Ángel Rouco
La negativa del presidente Javier Milei a dejar flotar el tipo de cambio radica en que la inflación aún es muy elevada y los precios están íntimamente ligados a la paridad cambiaria.
Esto que parece ser algo mínimo en un programa económico adquiere dimensiones especiales tratándose de una economía como la argentina, que responde a los movimientos del dólar con reacciones espasmódicas, más que racionales.
En efecto, cualquier alteración del tipo de cambio se traduce en incremento de precios aun cuando la mayoría de los bienes y servicios cuentan en sus fundamentos con costos de producción internos, esto es, con componentes e insumos originados en el país, lo cual los desvincula de cualquier factor cambiario.
Pero así son las cosas desde hace más de medio siglo, cuando la inflación se instaló de manera cruenta en el país y produjo la eliminación de 13 ceros en la moneda local, algo pocas veces visto en la historia económica mundial.
Con una inflación amesetada por encima del 2% mensual, esto es, un 30% anual, la piel de los argentinos está hipersensible a cualquier variación del tipo de cambio generada a partir de una flotación libre.
¿Los miedos de Milei pueden más que la racionalidad económica y la lógica liberal? Puede ser. Lo cierto es que el jefe del Estado, tradicional a su cautela “bilardista”, no va a arriesgar el esfuerzo logrado hasta ahora, en aras de ceñirse a los fundamentos teóricos del liberalismo.
Sin embargo, eso puede servir para el cortísimo plazo, ya que la política de bandas cambiarias conspira directamente contra la llegada de nuevas inversiones que pueden cambiarle la cara a la achatada economía argentina.
Algún costo habrá que pagar. Eso lo sabe Milei. Pax cambiaria o aluvión de inversiones. Lo que se debate es el momento de levantar las restricciones cambiarias.
El miedo de Milei suena excesivo. Puede ser, pero hay amenazas que pesan más en su ánimo. No parece que haya cambios significativos en lo inmediato, menos aún cuando no tiene aprobado un presupuesto que depende del cambio de legislatura y el cual está siendo sometido a zamarreos por parte de la casta política que procura llevar aguas para sus molinos.
El caso más paradigmático es la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que reclama fondos de fallos judiciales que fueron quitados por el gobierno de Alberto Fernández en el traspaso de funciones.
Un reclamo muy curioso e inoportuno, si se tiene en cuenta que quien lidera la exigencia de esos fondos no es otro que el ex presidente Mauricio Macri, el principal aliado del oficialismo.
A este pedido se le suman una docena de gobernadores que buscan más recursos que no están incluidos en los cálculos presupuestarios de 2026 y ni siquiera indican de dónde saldrán esos recursos.
Nuevamente, el diablo está metiendo la cola. La política amenaza con derrumbar la economía. Pero la opción de Milei dependerá más de sus miedos que de las circunstancias económicas objetivas.
