La invocación a la venganza de Donald Trump para con los terroristas que golpearon en Barcelona vuelve a mostrarnos la voluntad de imponer una verdad-no-cierta como herramienta para justificar el castigo a quienes ponen en jaque a la seguridad de la cultura occidental.
La reacciones ante los nuevos ataques terroristas en Europa fueron una vez más de dolor, impotencia y repudio. La comunidad internacional expresó múltiples sentimientos que van en línea con el estupor y la incertidumbre ante actos considerados demenciales. Sin embargo, el contexto de los actos terroristas y las reacciones ante ellos explican bastante mejor el por qué de su existencia y de su probable repetición.
Una de las reacciones más polémicas y no menos preocupantes fue la del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Su vocación de hablar sin filtro, o con uno distinto al nuestro, volvió a desplegar el mecanismo de la llamada posverdad, una verdad que no necesita ser cierta ya que su fin es provocar una emoción más allá de su asidero.
A través de Twitter (una herramienta relativamente nueva para la historia de la comunicación política global junto con la noción de posverdad) Trump citó la historia (supuestamente real) del general norteamericano John Pershing (quien sí existió) sobre la detención de fundamentalistas islámicos en Filipinas, un siglo atrás.
El mandatario norteamericano recomendó leer el pasaje de la historia (repito, supuestamente verdadero) en el que Pershing, el militar que dirigió las tropas estadounidenses durante la Primera Guerra Mundial, capturó en tierras filipinas a 50 musulmanes, mató a 49 de ellos con balas bañadas en sangre de cerdo, y exoneró a uno de ellos para que fuera a contarle a los suyos lo que había pasado.
Trump contó una de las versiones de aquel episodio; otras señalan que lo que el famoso general hizo fue enterrar los cuerpos de los musulmanes junto a cerdos. Otras fuentes, sostienen que Pershing los rociaba con sangre de cerdo y luego los liberaría… Todo pura versión, funcional a la posverdad.
El término posverdad aún no fue reconocido por la Real Academia Española aunque va camino a tener su lugar en ese prestigioso espacio de preservación del habla hispana. Como adelanto de dicha aceptación, el director de la institución, Darío Villanueva, señaló posverdad quiere decir que “las aseveraciones dejan de basarse en hechos objetivos, para apelar a las emociones, creencias o deseos del público”.
Sin ser lingüistas (y sin pretensiones de querer serlo) sí nos interesa considerar el impacto social de la posverdad y su funcionalidad con la política.
Ella es una poderosa herramienta de encantamiento social; la posverdad deslumbra por el impacto que genera en la sociedad, convencida por antemano de lo que está escuchando en ella. (Ya hemos hablado de esta mentira funcional a las emociones colectivas. Nuestro país no escapa a la lógica de verdades que no lo son, pero socialmente se desean como tales). Es el mundo el que está ávido de posverdades ante una realidad que duele y carcome los anhelos de un futuro mejor.
Ante el fenómeno nada nuevo pero siempre renovado del terrorismo, la posverdad que desplegó Donald Trump funciona de maravillas para contener a ese mar de horror e incertidumbre que se nos viene encima, con olor a desgarro de cuerpos y rostros de espanto.
Para el mandatario norteamericano (y seguramente para otros líderes que sin embargo no lo reconocen públicamente) hay una solución final posible para el terrorismo: el de la venganza como herramienta de escarmiento contra él.
Una solución final que quiere castigar a los artífices de un terrorismo cuyos ataques más bien son síntomas de procesos políticos y sociales que, paradojicamente, no se dan en el primer mundo sino en su periferia y más allá.
Como ya lo hemos señalado en Voz por Vos:
El terrorismo no es una acción en el vació. En las cuestiones de fondo que explican el accionar terrorista de grupos como Estado Islámico y Al Qaeda aparecen, antes que nada, los yerros políticos de las potencias mundiales, especialmente las europeas más Estados Unidos. Sus desmanejos en Medio Oriente, en la crisis humanitaria del norte de África, en la invasión de Irak y Afganistán, la crisis de Siria… Hay un combo de episodios internacionales que son caldo bien espeso para la germinación de un odio político, tamizado por lo religioso.
En el caso de los lobos solitarios (que claramente no fue la modalidad en el atentado en Barcelona) también remarcábamos la importancia del contexto social que motivaba sus acciones aparentemente demenciales:
Desnuda la realidad de vastas sociedades occidentales, como las europeas, que vienen cobijando entre su población a cientos de miles de personas que quedan marginadas de toda posibilidad de integración social. Son sociedades que, además, vienen recibiendo nutridos contingentes de inmigrantes que escapan, generalmente, de conflictos sociales, políticos y económicos en los que, de modo paradójico, los países occidentales tuvieron su cuota de responsabilidad. Por acción u omisión.
Europa es caja de resonancia de conflictos sociales subterráneos que, cada tanto, explotan como revueltas sociales o bien, como ataques terroristas perpetrados por anónimos atacantes suicidas, inorgánicos, no necesariamente enlistados y entrenados por organizaciones terroristas.
Hoy la invitación a sembrar el terror viaja por Internet, mediante las múltiples comunicaciones que ofrecen las redes sociales. Esa propuesta de aniquilar a la cultura occidental hoy no solo es aceptada por los yihadistas que se trasladan muchos kilómetros para cometer sus ataques. Hoy los soldados de la causa terrorista son reclutados en sus propios países.
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Los sucesos de Barcelona nos muestran que el terrorismo sigue golpeando y tiene capacidad para hacerlo con células entrenadas para lo peor. Grupos entrenados y lobos solitarios tienen en jaque especialmente al viejo y vigente continente europeo.
Ante este fenómeno, ¿podemos proponer a la venganza como solución final?
¿Y si las potencias comienzan a desenmarañar los conflictos muchas veces estimulados por ellas?
Un ejemplo a propósito de esto de los males sufridos en carne propia generados en otras tierras es la cuestión de la inmigración, especialmente la que cruza el Mar Mediterráneo buscando una oportunidad en Europa.
Este fenómeno revela la incapacidad de los países desarrollados de irradiar progreso más allá de sus fronteras (o incluso provocar regresiones económicas y sociales en sus países adyacentes). Sus países vecinos sienten el impacto de economías que las asfixian y que las obligan a expulsar a sus habitantes. Sin reprochar los orígenes de este mecanismo, sí cabe imputar a Europa la responsabilidad por la inacción para la reparación de estos daños transnacionales.
Pero también cabe el sayo para otras potencias continentales como Estados Unidos y Rusia, propagadoras de conflictos políticos, étnicos y sociales alrededor del mundo.
Cuando se quiere atacar a una enfermedad es necesario ir a las causas que la provocan y no a sus síntomas. Bajando la fiebre del terrorismo difícilmente se cure la patología de la postergación y del odio que brota en tierras (generalmente al Oriente) en donde el terrorismo toma sus peores decisiones y las irradia al mundo (especialmente en Occidente).