Que los hombres de las leyes le rindan homenajes por sus aportes jurídicos. No se sabe si Carlos Fayt sobresalió más como abogado, como autor de textos relevantes para el derecho, como profesor, como juez o simplemente como ciudadano. En todos los campos, este hombre de 98 años que se fue, símbolo de la longevidad en batalla, constituyó un ejemplo. A 98 años no llega cualquiera, y entero, mucho menos. Pero en algún momento el organismo dice «basta» de mil maneras. Fayt llevó esos 98 con dignidad y coraje.
Socialista, empeñoso hombre activo, quizás el mayor gesto de defensa de sus principios lo tuvo en tiempos del cristinismo, cuando se lo presionó en la Corte Suprema, se lo denigró, desautorizó y hasta se le sugirió que ya había vivido bastante.
Fayt contestó, en todo ese tono de debilidad física, pero no intelectual, que no se iba, que lo haría cuando se le ocurriese, que no valía la pena que nadie lo corriera. Dijo, palabras más, palabras menos, con voz pausada: «Quiero que todos celebremos un país libre». Abrió la puerta cuando cesó en funciones el Gobierno anterior, el que lo había corrido con un palo de escoba.
Este viejo digno, que conocí como periodista desde que lo nombrara Raúl Alfonsín, en 1983, en el mismo puesto que mantuvo hasta que se fue, siempre me hizo acordar al famoso filósofo y científico británico Bertrand Russell, quien se mantuvo de pie por una centuria profesando un contundente agnosticismo religioso, su lucha por el pacifismo en medio de una fogosa polémica por el uso de las bombas atómicas en la Guerra Fría. No dejó de participar, identificado por su flacura y su pipa, en todas las manifestaciones, junto con los jóvenes alumnos en las marchas contra las guerras que signaron el siglo XX.
A diferencia de Russell, Fayt vivía en el encuadre de la ley y del respeto a la norma, base fundamental de la convivencia en una comunidad tan complicada y tironeada como la argentina. Russell era más racional, casi con un toque anarquista. Siempre tuvo Russell como emblema un decálogo de vida en el que insertó sugerencias elementales para justificar el paso por la vida. Por ejemplo: «No estés absolutamente seguro de nada», «Cuando encuentres oposición, trata de superarla con la razón y no con la autoridad», «No utilices la fuerza para suprimir las ideas que creas perniciosas», «Disfruta más con la discrepancia inteligente que con la conformidad pasiva».
Fayt, aunque no compartiera nada con Russell (o quizás le resultara simpático en algún lugar de su mente), se parecía a él. Porque Fayt fue la demostración de que en los últimos años de existencia el único principio que valía era aferrarse al equilibrio, evitar la pelea, sugerir ideas, no escuchar las blasfemias de la presidente Cristina F. de Kirchner y del grupo que la rodeaba, como Hebe de Bonafini, mantener la defensa de la ley en un país fracturado ideológicamente.
Dicen los que trabajaban con él en la Corte Suprema que siempre estaba de buen humor, que tomaba los problemas con calma. Quizás haya dejado esta otra enseñanza para transitar todos los días en un país difícil.