El sombrío panorama se extiende al plano laboral ya que la mitad de las compañías esperan reducir su plantilla a causa de este escenario.
Por Roberto Pico
La devaluación de mediados de 2018 apagó los motores del crecimiento económico y no todos podrán ponerse en marcha al mismo tiempo y con la intensidad necesaria para superar la recesión.
Sin dudas uno de los sectores más perjudicados fue la construcción, que además tiene la particularidad de manejarse con doble comando: la inversión privada y la bendita obra pública.
Con el dólar a menos de $ 20, un activo mercado de créditos hipotecarios, y financiamiento externo para equilibrar el déficit fiscal incluyendo megaproyectos estatales, durante 2017 el sector vivió una euforia particular, con precios que tuvieron alzas de hasta 20% en dólares y recuperaciones entre 15 y 18% en las comparaciones interanuales (cabe recordar que en 2016 la salida del cepo que llevó al dólar a $16 y disparó la inflación también impactó en forma negativa).
Pero todo se derrumbó desde los primeros días de mayo del año pasado cuando la corrida cambiaria inició una escalada hasta duplicar el precio de la divisa. De repente desapareció el crédito privado –movilizado por el esquema UVA- y el Gobierno tuvo que aplazar todos los planes de obras preparados en pos de mover el año electoral y de esta forma cumplir con el “déficit cero” impuesto en el plan pactado por el Fondo Monetario Internacional (FMI).
En forma paralela, la implosión del esquema macroeconómico eyectó la tasa de interés a valores inauditos que hizo inviable el financiamiento del cualquier proyecto. Las víctimas directas fueron los proyectos privados y la variante de sustitución que había ideado el Gobierno: el esquema de Participación Pública Privada (PPP). Con el costo del dinero al 70% anual los bancos financistas tomaron distancia y se sepultaron todas las iniciativas.
En consecuencia, todas las opciones para movilizar la construcción –segmento de la economía crucial debido a ser mano de obra intensivo- están paralizados. Con el Estado fuera de juego al menos por un par de años hasta que las variables financieras vuelvan a jugar a favor, los empresarios ruegan por la recuperación de dos herramientas para dinamizar, al menos el sector privado: la estabilización del tipo de cambio y la estimulación del crédito.
En un reciente informe publicado por el INDEC se les preguntó a los empresarios cuáles son las condiciones necesarias para incentivar el sector: uno de cada tres pidió una estabilización de los precios –derivada evitar variaciones bruscas del tipo de cambio- y más de la cuarta parte de ellos reclamó la recuperación del crédito destinados a viviendas. Curiosamente la presión fiscal, uno de los puntos más controvertidos de la economía argentina, quedó en un tercer escalón. El descreimiento entre estos empresarios es muy grande: el 98% de los que hacen obra pública esperan un mal año y entre los que se orientan a la obra privada ese porcentaje “se reduce” a 94%.
El sombrío panorama se extiende al plano laboral ya que la mitad de las compañías esperan reducir su plantilla a causa de este escenario.
Y en consecuencia es lógico que los permisos de edificación muestren caídas de dos dígitos desde abril. El año comenzó con estabilidad en el tipo de cambio pero la reapertura del crédito demandará varios meses, de allí que para que para que la construcción traccione el nivel de actividad como lo había hecho en los últimos años aún falta un largo camino por recorrer.