El Presidente había prometido gestionar “con los 24” mandatarios provinciales. Pero expuso a una opositora. Y ya lo había hecho con Larreta.
Por Eduardo Paladini para Clarín.
El mensaje, implícito, era una (otra) diferenciación de su vice y mentora. Cuando Alberto Fernández, en campaña y recién asumido, prometió gestionar «junto con los 24 gobernadores», suponía un modo de administración federal y político distinto al que patentó Cristina Kirchner en sus dos mandatos. Aún hoy se recuerda la imagen de los mandatarios provinciales, uno por uno, teniendo que firmar en cámara el refinanciamiento de sus deudas con la Nación, mientras la entonces presidenta recordaba desde el atril y con una sonrisa quién mandaba.
Esta idea de un presidente menos centralista se potenció en el arranque de la pandemia. La primera foto de Fernández (Alberto) resultó una puesta en escena sintomática: se paró junto a a cuatro gobernadores, dos oficialistas y dos opositores, cada uno representante de una facción distinta. El bonaerense Axel Kicillof, oficialista/cristinista; el santafesino Omar Perotti, oficialista/peronista; el porteño Horacio Rodríguez Larreta, opositor/macrista; y el jujeño Gerardo Morales, opositor/radical.
Fue el 19 de marzo del 2020, día en que se anunció la cuarentena total y el Presidente gozaba de un apoyo político y de la opinión pública altísimo. Pero a medida que la pandemia empezó a generar controversias y la figura de Larreta empezó a cautivar también al público K (y bonaerense), el plan buena onda se terminó.
En medio de una fortísima presión de la dupla Cristina/Kicillof, en septiembre de ese mismo año se produjo el quiebre. Como el gobernador no lograba resolver una rebelión policial, por los sueldos bajas y las malas condiciones de trabajo, el Presidente cortó por lo fácil: le sacó fondos al jefe de Gobierno porteño para dárselos a su par bonaerense. La justificación tenía su sustento/antecedente político. Mauricio Macri, argumentó entonces el oficialismo, había obrado de la misma manera pero en sentido contrario. Dicho más simple: le había dado fondos a Larreta que podrían haber ido a otras provincias.
La pelea se agudizó con el correr de la pandemia y acentuó la grieta Larreta/Kicillof. El porteño dejó de ser el «amigo Horacio» y Fernández (Alberto) se plegó a la dureza y el encierro al que se aferró el bonaerense para intentar paliar el momento.
También el avance de la crisis por el coronavirus (Argentina está hoy 11° en cantidad de muertos por covid por millón de habitantes en un ranking con más de 200 países y estados), llevó al Presidente a ir y venir con su postura: cuando convenía era el gestor de todos los argentinos; cuando no, era el momento de federalizar la administración de la pandemia.
El embate contra Carreras
El nuevo planteo del Gobierno contra la no oficialista rionegrina Arabela Carreras, ahora en boca de los dos Fernández, no escapa a esta lógica. Complicado por su postura pro activismo-mapuche, con buena prensa entre un círculo K o de izquierda muy acotado, pero con rechazo en las poblaciones que sufren la violencia -acá y en Chile-, obligó a Alberto y a Aníbal a aclarar que el control de la situación depende del gobierno provincial. ¿Y la inseguridad descontrolada del Conurbano no depende de Kicillof? No se los escuchó alertar en ese sentido.
De todos modos, también se esforzaron en aclarar que enviarán a los gendarmes nacionales en su ayuda. Si la situación se controla, seguramente volverán a resaltar el involucramiento de las fuerzas federales. Si no, otra vez sonará el nombre local de Carreras.
Más polémica resultó la reacción ante el vandalismo de los militantes K contra el homenaje que familiares de las víctimas del Covid habían hecho en Plazo de Mayo. En lugar de condenar la conducta nefasta de sus propios seguidores, repitieron la fórmula: dijeron que cuidar ese memorial era tarea del Gobierno porteño. ¿Se imaginan a la reacción de los manifestantes si en ese momento entraban en fila los agentes de Larreta?