Las reuniones de gestión, cuentan cerca suyo, son sin celular, con agenda previa y con comienzo y final predeterminado. «El tiempo es uno de los recursos más escasos», repite. «Le dedica tres horas más que cualquier otro a la actividad política.
Por Jaime Rosemberg para La Nación.
Mariu, necesito hablarte», leyó María Eugenia Vidal en el chat de su celular. Anochecía en el 9 de septiembre y Horacio Rodríguez Larreta acaba de enterarse, cuando tomaba un café en la esquina de su casa, de la quita de fondos a la Ciudad que había anunciado Alberto Fernández. Mientras el jefe de gobierno porteño y su aliada de toda la vida analizaban planes de acción, se acumulaban en el teléfono de Larreta mensajes de los intendentes de Pro que, desde Olivos, asistían en vivo al recorte. «Nos dicen que vos sabías de todo esto», le dijo Jorge Macri, intendente de Vicente López, uno de los que quedaron en offside ante la medida. El jefe de gobierno les juró que acababan de llamarlo.
Esa noche, Larreta convocó de urgencia a cinco funcionarios de su círculo más cercano a su departamento frente a la sede del Automóvil Club Argentino, en Palermo. Allí comenzó una maratón de borradores que iban y venían, en busca del mejor discurso de respuesta.
Estaban su vicejefe de Gobierno, Diego Santilli; el jefe de Gabinete, Felipe Miguel; el secretario general de la ciudad, Fernando Straface; y dos hombres clave en la comunicación larretista: el encargado de opinión pública, Federico Di Benedetto y el vocero Christian Coelho. «Firmes, pero sin romper. Hay que seguir gestionando», pedía Larreta. La reunión se extendió hasta la madrugada y continuó en la sede de Parque Patricios a partir de las 7 del día siguiente. Terminó al mediodía, pero hasta las 20 el jefe de gobierno porteño practicó casi sin pausas el discurso en el que anunciaría la presentación de la demanda ante la Corte Suprema. «Los discursos no son su fuerte y lo sabe, por eso practica tanto», reconoció uno de sus colaboradores. El resultado: una presentación breve y medida que superó los 35 puntos de rating y que en el mundo de la política fue leída como un hito: el germen del lanzamiento de una candidatura presidencial.
«Voy a dedicar más tiempo a la política. Les pido no descuidar la gestión y también que me ayuden emocionalmente», le pidió Larreta a su gabinete, casi con tono intimista, en un «retiro» el mes pasado, con la tensión con la Casa Rosada como música de fondo. La quita de fondos de coparticipación, reconocen en Parque Patricios, aceleró los tiempos del armado nacional, que el larretismo imaginaba para «dentro de dos años», y obligó a Larreta a salir de su exclusivo rol de predicador del «diálogo y trabajo conjunto» con el Gobierno, una postura aplaudida en los sondeos de opinión, pero cuestionada por los dirigentes y votantes más extremos y ruidosos del macrismo.
Como amante fanático de los planes «B, C y hasta D», como define con gracia un joven miembro del gabinete porteño, Larreta ya sostiene en su agenda diaria una clara subdivisión entre la gestión de la pandemia, el contacto con la calle -volvió a sus ya clásicos encuentros en bares y largas caminatas previos a la cuarentena- y la construcción política, con funciones delegadas para viejos y nuevos integrantes de su círculo de confianza. Además, sumó a su agenda clases particulares de historia económica argentina con el profesor Pablo Gerchunoff.
Las reuniones de gestión, cuentan cerca suyo, son sin celular, con agenda previa y con comienzo y final predeterminado. «El tiempo es uno de los recursos más escasos», repite. «Le dedica tres horas más que cualquier otro a la actividad política. Esa ventaja, a la larga, se nota», resume otro integrante del primer círculo de colaboradores políticos, que integran Santilli (que además de vicejefe de gobierno es titular del Pro porteño); el ministro de Ambiente, Eduardo Macchiavelli (también secretario general de Pro nacional); Straface; el diputado nacional y «sherpa» ante el Congreso, Álvaro González, y el vicepresidente del Consejo de la Magistratura porteño, Francisco Quintana.
De manera paulatina, el jefe de gabinete, Felipe Miguel, ha comenzado a cumplir el rol que Macri le encomendara a Rodríguez Larreta hace una década. «Así como Mauricio necesitaba un Horacio, ahora él necesita que Felipe le cuide las espaldas», resume otro miembro de esa mesa chica. «Cuando pensamos que la gestión ya está, es el principio del fin», suele repetir el jefe de gobierno.
A las reuniones de reflexión y agenda de futuro, de las que también participan Di Benedetto y Coelho, suelen sumarse ministras como María Migliore (Desarrollo Social), encargada del desarrollo de los barrios populares, o Soledad Acuña (Educación), con renovado protagonismo por la disputa con el Gobierno por el regreso a clases. También, la diputada Silvia Lospennato, que lo ayuda a «entender la mecánica del Congreso» desde una mirada femenina, que no abunda en el espacio larretista.
En la búsqueda de ampliar su agenda, Larreta sumó la «perspectiva de género» a sus discursos más recientes, como el del viernes 9, en el que anunció las nuevas autorizaciones en la ciudad. Se agregan ocasionalmente a la mesa el exdiputado Marcelo Weschler y Carlos Pedrini, viceministro de Desarrollo Social durante la gestión de Carolina Stanley en ese ministerio.
En un segundo círculo aparecen otros nombres, incluidos en el plan «todos adentro» o «que florezcan mil flores», como lo llama un funcionario emulando al kirchnerismo.
«De tres gobiernos, hasta 2019 nos quedamos con uno, es fundamental que todos sientan que tienen un lugar», explican desde las oficinas de Larreta. «No todos los que lo ayudaron a llegar hasta acá serán los que lo acompañen en la próxima etapa», advierte otro colaborador.
Larreta utiliza un estilo «radial» a la hora de repartir tareas y roles entre distintos actores de la política local y nacional. En la relación con los sindicatos, por caso, aparece otra vez el nombre de Santilli, de antigua relación con Hugo Moyano y con la mayoría de los gremialistas del PJ, pero también los del subsecretario de Trabajo, Ezequiel Jarvis, el exembajador en México Ezequiel Sabor y Lucas Fernández Aparicio.
En la relación con la Justicia, en tanto, Quintana es una referencia constante, pero el procurador Gabriel Astarloa y el subsecretario de Justicia, Jorge Djivaris, también aportan, al igual que el exministro bonaerense Gustavo Ferrari y -en menor medida- Germán Garavano, ministro de Justicia de Macri. ¿Empresarios? «La relación la lleva él, más allá de algún intermediario», responden, misteriosos, cerca del jefe de gobierno porteño. Y afirman que en su plan de restablecer vínculos con los empresarios «que se pelearon con Macri». Larreta tiene «buen diálogo» con Hugo Sigman, dueño del laboratorio encargado de la producción local de la vacuna contra el coronavirus.
El armado en el interior del país también tiene varias terminales. Trabajan en esa construcción Emilio Monzó y Rogelio Frigerio, hoy enfrentados con Mauricio Macri; pero también colaboran el ministro de Gobierno, Bruno Screnci -cercano a Santilli- y Lucas Delfino, encargado de la relación con los intendentes durante el gobierno de Cambiemos y facilitador de reuniones de Larreta con intendentes de la «avenida del medio» como Pablo Javkin (Rosario), Bettina Romero (Salta) o Germán Alfaro (Tucumán). En el conurbano son los intendentes Pro -a la cabeza aparecen Néstor Grindetti, de Lanús, y Jorge Macri- los que «arman» estructuras y contactan dirigentes, a la espera de definiciones de candidaturas para el año que viene.
Cuidar a los propios
Al margen de los referentes que trabajan en cada área, Larreta le brinda atención y espacio a sus aliados locales. Cada quince días, organiza una reunión con representantes de Pro; la UCR, de Martín Lousteau; la Coalición Cívica-ARI, de Elisa Carrió; Confianza Pública, de Graciela Ocaña, y hasta el socialismo de Roy Cortina, todos incorporados a la heterogénea coalición oficialista porteña.
Para equilibrar la interna de Juntos por el Cambio, acepta zooms con «halcones» (la semana pasada estuvo con el peronista Alberto Asseff), mientras conversa con Margarita Stolbizer, líder de GEN, con la intención de sumarla al espacio en el mediano plazo. Factor clave en la victoria legislativa de 2017, la volcánica Carrió es a la vez una aliada y una preocupación constante. Larreta sabe que su apoyo incluirá siempre críticas puntuales, como su firme oposición a la ley de apuestas virtuales en la ciudad, hace tres semanas.
Con Lousteau, la relación es tan especial como añeja (se conocen desde hace más de veinte años, cuando los presentó el economista Pedro Lacoste). De acérrimo rival en las elecciones de 2015, el exministro de Economía y hoy senador se transformó en partícipe de reuniones de gabinete y defensor de la Ciudad en la Cámara alta, que controla Cristina Kirchner.
«Martín cambió su postura hacia Horacio desde que [Larreta] le ganó por muy poco en 2015», evalúan cerca del jefe de gobierno, y agregan que Larreta «no imagina una coalición en 2023 sin el radicalismo». Un eventual acuerdo con la UCR en la ciudad -con Lousteau como candidato a jefe de gobierno porteño de Juntos por el Cambio (JxC)- a cambio de apoyo a la apuesta presidencial larretista está al tope de las hipótesis de trabajo en ambos búnkers, aunque nadie quiere dar definiciones tajantes con tanta anticipación. El plan a mediano plazo en la Ciudad, y previendo una discusión difícil con los «halcones» por las listas, incluiría además la candidatura a diputado de Fernán Quirós, ministro de Salud y responsable de la política sanitaria de combate a la pandemia.
Con Vidal, a quien Larreta recuerda haber ayudado a conseguir su primer empleo en Anses, la relación parece inalterable. «Se aman personal y políticamente. Ninguno de los dos hará algo que perjudique al otro», grafica un incondicional. Desde Parque Patricios reiteran que «ambos conversan» sobre la mejor opción electoral 2021 para la exgobernadora, y que la cabeza de la lista de diputados nacionales de JxC en provincia -para dar allí la madre de todas las batallas contra el kirchnerismo- está hoy como la opción número uno. «Hará lo que considere mejor para ella y también para JxC», coinciden cerca de ambos, aunque Vidal también coquetea con la posibilidad de jugar en la ciudad, decisión que motivaría roces inevitables con el espacio de Lousteau y el inoxidable Enrique «Coti» Nosiglia.
El nuevo rol de Peña
Metido en rol de consultor externo y en silencio mediático, Marcos Peña parece haber dejado de lado antiguas rencillas y también orbita alrededor del planeta Horacio. «Dejó de ser el exégeta de Macri, y habla con todos, ese es su principal activo», contestan cerca del jefe de gobierno. «Marcos considera que Horacio es hoy nuestro mejor producto para volver al poder», contesta un viejo militante macrista que conoce bien a quien fue los «ojos y oídos» del expresidente.
¿Y Macri? «Están mejor entre ellos, tuvieron un bache en la relación, pero lo hablaron y volvieron a estar en sintonía», afirma uno de los dirigentes larretistas de viejo vínculo con el fundador de Pro. Sellaron la reconciliación en un encuentro de tres horas, a solas, en la quinta Los Abrojos, a mediados de mayo, una reunión con picos de tensión de la que ninguno de los dos quiso dar detalles.
Macri estaba enojado por ese entonces con la «tibieza» de su exjefe de gabinete frente al kirchnerismo. «Es una barbaridad cerrar las fronteras, van por nuestras libertades», le dijo, según un funcionario al que le contaron de primera mano el diálogo.
Volvieron a verse varias veces -por Zoom, pero también personalmente-, en reuniones que cuidaron que no trascendieran. El lunes, Macri lo mencionó como uno de los «nuevos dirigentes» en su entrevista con Joaquín Morales Solá, por TN. «Fue relativamente moderado e hizo autocrítica», dejó trascender Larreta, a modo de elogio, sobre ese reportaje, y hasta vio como «lógica» las duras críticas que Macri le hizo a Monzó. «A Emilio lo sostengo, pero él dijo que a Mauricio había que jubilarlo», justificó según un confidente.
Parte del proyecto de Larreta, si quiere ser candidato a presidente, es colaborar para encontrar el futuro rol de Macri. «Ni jarrón chino ni candidato el año que viene», define un estratega del larretismo, convencido de que «Mauricio tiene que tener un rol importante en la construcción para 2023», y que más allá de las diferencias entre ambos sobre el diálogo con el Gobierno y el combate a la pandemia, los une la «vocación» por derrotar al kirchnerismo. Nadie se anima a pronosticar si Macri resignará sus deseos de revancha personal en las urnas, más allá de que el expresidente afirmó que «no se ve» como postulante a diputado.
El vínculo con Massa
«No es un opositor, es un amigo de la vida», dice Sergio Massa cuando define en privado su relación con Larreta, con quien se conoce desde su militancia compartida por la candidatura presidencial del cantautor Ramón «Palito» Ortega, en los finales del menemismo, tiempos en los que Larreta también conoció a Jorge Capitanich y a Daniel Scioli. «La relación con Sergio la manejo yo», contesta Rodríguez Larreta para dejar en claro que se considera el interlocutor número uno del titular de la Cámara baja. La relación sigue tan firme e inmune a los reparos de Macri como a las embestidas directas de Cristina Kirchner contra el jefe de gobierno.
«Siento que hoy coincide lo que tengo que hacer con lo que me conviene hacer», repite el jefe de gobierno sin dudar en relación a su estrategia de «trabajo conjunto» y fotos quincenales con Fernández, morigerada en las últimas semanas luego de la pelea por la coparticipación.
«Cometieron un error garrafal, le regalaron el centro a Horacio, lo victimizaron y lo terminaron de convertir en un dirigente nacional», festejan en el larretismo, con encuestas que hablaban de un 92 por ciento de conocimiento. La relación con el Presidente, al igual que con varios de sus ministros, sigue siendo de diálogo, aunque la confianza quedó minada, señalan cerca suyo. Mientras sostiene una relación «institucional» con Axel Kicillof, y diálogo fluido con los ministros Eduardo De Pedro y (algo menos) con Santiago Cafiero, Larreta supo dialogar también a solas con otro eventual candidato a la sucesión presidencial: Máximo Kirchner. Una gestión de Massa. «Conozco mucha gente», dice Larreta, y suma al gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, entre sus mejores amigos del peronismo.
Su figura, a tono con la creciente exposición, cambió en los últimos tiempos. Con barba prolijamente rasurada -idea propia que, cuentan en su entorno, avala su esposa, la organizadora de eventos Bárbara Diez- y las remeras de manga larga informales con las que Macri solía aguijonearlo, Larreta se parece poco al que fuera director de Anses y subsecretario durante el menemismo; tampoco al miembro de la conducción del PAMI, durante la Alianza, o al responsable de la DGI (hoy AFIP) durante el gobierno de Eduardo Duhalde.
Capaz de recordar de memoria muchos de los goles de «su» Racing más emblemáticos (el de Rubén «Mago» Capria a Boca Juniors, en aquel histórico 6 a 4 de 1995, fue uno de los que más gritó en su vida), Larreta se aboca hoy a armar «su» propio juego. Llegar a ser candidato sería el final de la maratón que él mismo se autoimpuso cuando volvió al país después de estudiar administración en la Universidad de Harvard, a mediados de los 90. Para eso, sabe que necesita ampliar el círculo de aliados y esa es una tarea delicada para quien asume como misión sostener la unidad de Juntos por el Cambio. A favor o en contra, Larreta tiene una certeza: para 2023 falta mucho tiempo.