El presidente de EE.UU. se mostró proclive a volver a colaborar con la Casa Rosada, pero a la vez estuvo más cauto con el éxito del resultado.
La conversación entre Mauricio Macri y Donald Trump se concentró en la situación argentina en el Fondo Monetario Internacional. El diálogo se hizo el último sábado y en esos minutos el Presidente le pidió directamente a Trump que interceda para que se concrete el giro de los 5.400 millones de dólares. Trump se mostró proclive a volver a colaborar con la Casa Rosada, pero a la vez estuvo más cauto sobre el éxito del resultado.
En la Casa Blanca dicen que ahora en el FMI hay un clima adverso hacia Argentina. También, que el margen de maniobra de EE.UU. está complicado por la transitoria acefalía en el Fondo, hasta que asuma Kristalina Georgieva. En otras palabras: que una ayuda especial y que pasar otra vez sobre los reglamentos va a costar más que en el pasado reciente.
En el directorio del Fondo existe decepción con la Casa Rosada. Ahora ganan los duros que acusan a la Argentina de incumplir, en un año, tres veces los acuerdos y desaprovechar el excepcional préstamo. Los burócratas del staff se cubren: Alejandro Werner y Roberto Cardarelli están comprometidos profesionalmente con el fracaso del programa. Por eso, la Casa Blanca comenzó a operar al máximo nivel.
Se conoce que Mike Pompeo habló con el canciller de España para que el delegado de Madrid apoye en el FMI. Pompeo le habría pedido -en nombre de Trump- a Josep Borrel apoyo para ayudar a Mauricio Macri y evitar que en Argentina “vuelva al populismo”.
En Washington, Alberto Fernández tiene una tarea ciclópea: en la Administración Trump existe una fuerte desconfianza sobre la vuelta del kirchnerismo. En Wall Street afirman que ese recelo -no por Alberto F., pero sí por la gestión de Cristina- también traba el desembolso.
Los funcionarios más intransigentes de la Casa Blanca afirman que ayudar a Macri, en definitiva, es estabilizar las cosas y beneficiar el arranque de Alberto Fernández. Para cubrir sus espaldas, la dupla Werner-Cardarelli hizo un informe crítico sobre la Argentina. Ambos consideran que el acuerdo está virtualmente caído porque la Casa Rosada modificó todo: anunció que no pagará en fecha los vencimientos, hay metas monetarias incumplidas y la libertad cambiaria se trocó por el control de cambios. Se usan reservas y el BCRA interviene, como no estaba pactado con el FMI.
El dúo tampoco quiere que todo se caiga y habría propuesto desembolsar pasadas las elecciones. La fecha sería -dos meses después- el 20 de noviembre.
Guido Sandleris admitió esta semana que había que negociar incumplimientos monetarios: esto es, pedir un “waiver”. El BCRA estuvo sujeto a extrema tensión. Hernán Lacunza asumió un liderazgo político que intentó evitar Sandleris: hubo fricciones y por eso no hubo conferencia conjunta el lunes.
También existieron reproches porque el BCRA resistió -inicialmente- el control de cambios. Sandleris tenía temor de que las duras medidas deshilachen su reputación. Macri también las rechazó hasta el final y sólo dio vía libre cuando el miedo se adueñó de los funcionarios.
Lacunza sugirió el paquete cuando asumió, en la quinta Los Abrojos y en esa oportunidad Macri afirmó: “Yo no quiero controles. Cristina tenía y yo quiero diferenciarme”. Todos los banqueros recomendaron la medida. María Eugenia Vidal y los radicales lanzaron un ultimátum el viernes.
Por eso, hay un reconocimiento del establishment a Lacunza: fue aplaudido en la Asociación Empresaria. Lacunza tendrá en dos semanas una misión a Washington para abrir la negociación con el FMI. En las íntimas reuniones de su equipo adelantó: “Con las medidas estamos cubiertos, si el FMI no desembolsa”. La tensión de Sandleris es comprensible: se esfumaban los dólares.
El jueves -después de la reprogramación de la deuda- casi se produce una escena de pugilato en su despacho. Estaba por terminar el día y había una reunión con la Cámara Argentina de Fondos Comunes de Inversión que lidera Valentin Galardi. Había representantes de todos los grandes bancos y duró hasta medianoche. Los banqueros reclamaban a viva voz contra la reprogramación forzada de los títulos del Tesoro. Hablaban de “estafa”, de quiebras e incumplimientos de acuerdos. Hubo insultos cruzados. Sandleris se defendió y hasta existió el riesgo de golpes.
El grave episodio terminó cuando el jefe del BCRA salió de la sala y a los pocos minutos volvió con personal de seguridad, que se apostó a su lado. Ahí se encauzó la negociación.
Ana Botín, la jefa del Santander, abrió un inesperado diálogo con Alberto Fernández. La hábil banquera corrigió la desmesura macristas de alguno de sus delegados en Buenos Aires. Diplomática, Botín transmitió que fue una reunión “buena” y que le dijo a Fernández: “Es importante que Argentina se mantenga integrada al mundo y con políticas sustentables”.
Alberto F. tuvo también una reunión privada con una decena de grandes empresarios españoles que le transmitieron igual mensaje. Fue en la casa de Francisco Bustillo. Fernández, antes de viajar, le encomendó una misión política a una de sus principales espadas: sondear la posibilidad de que Roberto Lavagna acepte ser su ministro de Economía.
El encuentro se hizo el domingo a la noche. Nada está definido aún, porque Lavagna -ya se sabe- tiene un carácter difícil. En cambio, habría un regreso -si gana Fernández- a la Argentina: Gustavo Beliz, ocuparía un lugar en su eventual futuro gobierno.