Conocé la demanda que presentó la víctima. El caso derivó en un mini-incidente diplomático por las quejas de tripulantes de la aerolínea francesa que debieron declarar ante la justicia argentina.
El pasado 30 de octubre, durante un vuelo de Air France que unía París con Buenos Aires, una pasajera argentina denunció acoso por parte de su ocasional compañero de asiento.
Al aterrizar en el Aeropuerto de Ezeiza, intervino la policía aeronáutica y el caso fue derivado al juzgado federal nº2 de Lomas de Zamora. La joven amplió su demanda al jefe de cabina, al que acusó de haberla amenazado para que desistiera de seguir adelante con su denuncia.
La noticia trascendió a la prensa porque el sindicato francés de aeronavegantes elevó una protesta a su cancillería aduciendo que los 14 tripulantes del vuelo padecieron «48 horas de calvario en Buenos Aires».
El escrito permite conocer en detalle el relato de la víctima y las razones que la llevaron a denunciar no solo al pasajero que la acosó sino también a un tripulante.
La joven, de 29 años, acusa a dos ciudadanos franceses: uno, un pasajero, Cedric Jacques Robert Garayon, por infracción al artículo 129 del Código Penal -exhibiciones obscenas-, el otro, Gilles Ludovic Bernard Mariotti, por el 149 bis – «amenazas con el propósito de obligar a otro a hacer, no hacer o tolerar algo contra su voluntad».
«(Cedric Jacques Robert Carayon) con su mano dentro de su pantalón efectuó movimientos masturbatorios a mi lado, en circunstancias de tener contigüidad nuestros espacios, en clase económica, en el vuelo 228 de la empresa Air France», narra la denunciante.
Señala que ya había habido desubicación por parte del pasajero: «A poco de comenzar el tiempo de descanso tras la cena, volcó, apoyó, la mitad de su cuerpo sobre el mío, debí por ello llamar a una azafata, (y) corrigió completamente (la posición) cuando encendí la luz de la pantalla. Luego la apagué para no incomodar, (…) más no ingresé de pleno en un estado de sueño, mantuve una vigilia (…), evidentemente la cercanía con el imputado tras lo sucedido no me daba tranquilidad, en un ámbito tan reducido, y del que solo un apoya brazo es separación. Descarto el que fueran maniobras inconstantes o inconscientes, lo primero por el movimiento que llevaba con su mano, lo segundo porque en cuanto notó mi espanto, el que ocasionara a su vez que yo de inmediato encendiera la pantalla, cubrió con la almohadilla del apoya cabeza la zona de sus genitales, para luego voltearse para el lado opuesto».
En ese momento, la joven decidió retirarse del asiento y denunciar lo sucedido a la tripulación. «Como víctima de una agresión sexual no podía, ni debía sentirme obligada a permanecer en la butaca destinada». Sin embargo, no le fue asignado un nuevo asiento y debió viajar en los «transportines», que son los asientos rebatibles que usa la tripulación, durante las más de seis horas restantes del vuelo.
Cuando faltaban 20 minutos para aterrizar en Buenos Aires, Gilles Mariotti, el jefe de cabina, que luego de su denuncia le había entregado una tablet para que asentara por escrito lo sucedido, dejó de lado la amabilidad, para ordenarle que volviera al asiento que tenía asignado. «Junto a mi agresor», dice ella.
El jefe de cabina comenzó a intimidarme, diciendo que por mi culpa no iba a aterrizar el avión, que me iba a denunciar
«Frente a mi justa negativa, explicándole llorando lo mal y desesperada que me sentía ante esa posibilidad, ya que revivía la situación sufrida, (…) comenzó a intimidarme profiriéndome frases (…) entre ellas a saber, que por mi culpa no iba a aterrizar el avión, que iba a informar a los diarios, que me iba a denunciar a la Policía y que se iba a producir mi detención, amén de enrostrarme, que él llevaba las de ganar y que nadie me iba a creer».
Finalmente, «una azafata avisó que se haría un cambio con otro pasajero», y la joven fue instalada en una fila más atrás. Es por ello que la denunciante considera que fue violentada «psicológicamente desde la autoridad que representa un jefe de cabina» y que se la quiso obligar a cumplir contra su voluntad «con una exigencia, de imposible acatamiento ante la agresión sexual» sufrida pero además innecesaria, considerando que luego fue cambiada de asiento. «Recién a diez minutos de llegar, hicieron aquello que omitieron por muchas horas», señala el escrito.
«Mientras me dirigía a mi nuevo lugar -sigue el relato-, Mariotti (…) me maltrató gritándome …que me fuera, que no que no quería volver a verme la cara…».
Estas amenazas le hicieron temer un arresto por lo que apenas llegada a Migraciones denunció lo sucedido, además por notar que la tripulación de la aeronave no hacía nada para retener al agresor. «Es obvio que para Mariotti la agresión que sufrí, la que juzgó real, no tenía en su escala de valores importancia alguna ni merecimiento de más trascendencia, una violencia más por su parte, hacia una mujer que sabía viajaba sola«, indicó la mujer.
Respecto al principal acusado, Cedric Jacques Robert Garayon, un contador de 37 años, se amparó primero en su derecho a no declarar, pero se presentó días después con su abogado y negó las acusaciones. Desde el entorno de la querella, comunicaron que Klass se apartó de la causa, y que desde ahora su hija tendrá a Eduardo Bonino Méndez como abogado patrocinante.