Los tecnofeudales al poder

El capitalismo ha sido reemplazado por un nuevo orden económico comandado por los dueños de “la nube” de Internet, sostiene un economista que es best seller. La asunción de Donad Trump podría ser el reflejo de la nueva era.


Por Ricardo Braginski para Clarín 

El economista griego Yanis Varoufakis tuvo su momento de gloria en 2015, cuando fue elegido ministro de finanzas de su país. Duró menos de un año en el cargo, pero desde entonces se transformó en un exitoso escritor y en una de las voces más escuchadas en el “progresismo” mundial.

Su último best seller -de 2023- lleva por título “Tecnofeudalismo. El sigiloso sucesor del capitalismo”. Bien escrito, desarrolla -con datos y sólidos argumentos- una singular hipótesis: que el capitalismo global ha muerto y fue reemplazado por un nuevo orden económico, al que llama “tecnofeudalismo”.

Dice que este proceso se produjo como consecuencia de la privatización de Internet -llevada a cabo por las grandes tecnológicas estadounidenses y chinas-, y por la respuesta de los gobiernos y bancos centrales del mundo a la crisis de 2008, cuando emitieron una enorme cantidad de dinero que fue a parar -en gran medida- a esas grandes techs: los dueños de “la nube”, o “nubelistas”, que obtienen sus ganancias de la renta de espacios en sus plataformas digitales.

Ahora las plataformas -dice- ahora no solo controlan la producción y distribución de bienes y servicios, sino que también capturan y monetizan la atención y los datos de los usuarios. Establecen una relación similar a la de los señores feudales con sus siervos.

Varoufakis sostiene que el nuevo orden económico se caracteriza por la centralización del poder en unos pocos “nubelistas” -como Jeff Bezos, Elon Musk y Mark Zuckerberg- que obtienen rentas significativas sin producir capital en el sentido tradicional.

A diferencia del capitalismo tradicional, en el que las empresas generan riqueza principalmente a través de la producción y venta de bienes y servicios, el tecnofeudalismo basa su modelo en la captura y explotación de rentas. Ahí la principal diferencia. Es como la vuelta al feudalismo, pero de nuevo tipo.

Estas rentas no provienen de la creación de valor tangible, sino del control de las plataformas digitales, que actúan como intermediarias indispensables. En lugar de invertir en infraestructura o innovación para aumentar la producción, los “nubelistas” concentran su poder al apropiarse de los datos, la atención y las transacciones de los usuarios.

Este cambio de paradigma va en contra de los principios del mercado competitivo: no triunfan quienes producen mejor o más barato, sino quienes poseen los “territorios digitales”, cobrando peajes (bajo distintos formatos) en cada interacción, sostiene Varoufakis.

Así, mientras los “nubelistas” acumulan poder y riqueza sin precedentes, los usuarios quedan atrapados en un ecosistema digital del que no pueden salir sin perder acceso a servicios esenciales, desde el comercio hasta la comunicación y el entretenimiento, agrega el economista griego.

¿La toma de la Bastilla?

La hipótesis de Varoufakis es audaz y, hasta el momento, pocos le prestaban atención. Pero lo que pasó la semana pasada, en la asunción de Donald Trump, parece darle cierta razón a él y a quienes sostienen estas ideas.

En un acto con reminiscencias imperiales, allí estuvieron los CEO de las principales empresas techs. Desde Musk, ya transformado en el hombre fuerte de la nueva administración, hasta Zuckerberg, Bezos, Sundar Pichai (Google) o Tim Cook (Apple). ¿Los nubelistas tomaron la Bastilla?¿Quién sabe? En rigor, lo que une a esos hombres de negocio es la causa común que hacen en el reclamo del fin de toda regulación. Ahora, lo más extraño que se ve por estos días es que, en esta demanda, encontraron sintonía con los sectores más conservadoras de todos los países, quienes ven en toda defensa de minorías -sobre todo de género- un ataque contra sus valores.

Nace una alianza rara entre empresarios techs que se benefician de los avances de la ciencia y grupos que añoran el Medioevo, que abre a su vez interrogantes sobre las consecuencias para la democracia, la libertad, e incluso, para el desarrollo económico.

Esto sí que Varoufakis nunca lo había previsto.

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