Henry Ford era un gran defensor de la autosuficiencia y del desarrollo de la industria nacional, por lo cual suponía que todos los componentes de sus creaciones tenían que ser fabricados en los Estados Unidos. Pero había uno de esos elementos esenciales que escapaba a esta filosofía y a su absoluto control: los neumáticos.
Por esos años el caucho estaba monopolizado por los ingleses que tenían sus plantaciones en las Colonias Británicas de los Estrechos, los Estados Malayos Federados y los Estados Malayos No Federados, que juntos conformaban la Malasia Británica.
Ford tenía un estilo propio como creador, como emprendedor y era un orgulloso nacionalista que como tal se negaba a la idea de tener que depender de los ingleses para poder tener neumáticos en sus automóviles. Entonces decidió ir hacia la posibilidad de producirlos él mismo.
Fue así como nació Fordlandia, una ciudad que él mismo crearía en el corazón del Amazonas, y en donde desplegaría una gran plantación de caucho con una fábrica para la producción de neumáticos. La metrópoli de Ford también tendría viviendas y comercios para los empleados de la fábrica y sus familias. Puso manos a la obra y construyó típicos barrios residenciales de suburbios americanos con suficientes comodidades para que quienes los poblaran se sintieran en un verdadero paraíso fordiano: panaderías, sastrerías, tiendas de ramos generales, piletas de natación y hasta una gran cancha de golf.
La política de contratación de la mano de obra era idéntica a la de su planta de Michigan: salarios al- tos, de 5 dólares por día, casi el doble de lo que se ofrecía en el mercado laboral general, y jornadas de trabajo de 8 horas con entrada a las 9 y salida a las 17 horas.
En los papeles, el proyecto prometía ser un éxito total: ¿quién no iba a querer vivir en un Edén amazónico con todos los servicios a disposición?
Al gran empresario americano le faltaron en su planeamiento algunas observaciones que resultaron ser detalles no menores y que tuvieron consecuencias importantes en el desarrollo de esta historia.
La mano de obra elegida para la planta de neumáticos eran en su totalidad ciudadanos brasileros a los que se les exigieron las mismas normas y comportamientos que a sus pares norteamericanos, por ejemplo, se les prohibía consumir alcohol dentro y fuera del horario laboral, entre otros ítems del reglamento de convivencia.
Henry Ford y su equipo no tuvieron en cuenta que las costumbres locales eran muy diferentes a las de los Estados Unidos y que para los locales ciertas restricciones y ciertos comportamientos estaban muy alejados de su cotidianeidad. A esto se sumó que nunca se analizaron, durante el proceso de preparación del proyecto, las condiciones climáticas del lugar. Por el calor y la humedad asfixiantes se hacía imposible cumplir una jornada laboral de 8 horas de trabajo.
Otro error fue que Ford pobló Fordlandia de ingenieros, pero no había nadie que supiera de plantaciones, suelos y climas. No hubo planificación previa respecto de las necesidades ecológicas y climatológicas para el crecimiento de las plantaciones y en relación a esto, no se tuvo en cuenta tampoco cuál era el ecosistema de la región.
Ford había elegido la selva del Amazonas porque sabía que ahí los árboles de caucho crecían natural- mente, pero no estuvo entre sus cálculos que lo hacen con una dispersión muy grande, solo unos pocos ejemplares por hectárea.
Si alguien quería hacer las cosas mal, quizás no le salía tan bien como en Fordlandia: lo que los ingenieros sí hicieron fue un cultivo de varios cientos de plantas por hectárea, de una variedad que importa- ron de Asia, lugar geográfico en el que estos vegetales no tienen depredadores naturales. Ese detalle tampoco fue tenido en cuenta a la hora de desarrollar el proyecto.
El resultado del caso es imaginable. Solo basta con hacer cálculos y darse cuenta de que se dejaron más temas librados al azar que bajo control, y de los temas que se suponían controlados, no se tuvieron en cuenta detalles importantes. Conclusión: las consecuencias fueron desastrosas.
Igualmente, la Metrópoli de Henry Ford no iba a caer abruptamente. Siguió operativa hasta 1945, año en el que falleció su creador. En ese momento la familia Ford, en conocimiento de las pérdidas que acarreaba mantenerla, vendió la ciudad al gobierno brasilero en un precio simbólico.
En un recóndito lugar del Amazonas todavía hoy se conserva en semirruinas el faraónico proyecto de un gran emprendedor que, a pesar de este gran fracaso, no fracasó.
¿Qué falló en Fordlandia?
En primer lugar, la planta estaba alojada en un lugar tan inhóspito dentro del Amazonas que lo hacía de una accesibilidad muy complicada.
En segundo lugar, no se tuvieron en cuenta las costumbres del país, el sistema de orden y organización de los trabajadores que tan bien funcionaba en los Estados Unidos, traía muchos problemas con los sindicatos y la mano de obra del Brasil, sobre todo en lo que respecta a la prohibición absoluta del consumo de alcohol y las relaciones entre parejas.
Y en tercer lugar, fue demoledora la aparición del caucho sintético, que haría en poco tiempo del caucho natural un producto obsoleto.
A estas imprevisiones se sumó un contexto económico desfavorable para los Estados Unidos: Fordlandia fue inaugurada en 1928, un año después empezaría una de las crisis más fuertes que tuvo que afrontar la economía norteamericana en toda su historia.