El catastrófico escenario en Los Ángeles muestra cómo el fuego puede arrasar con todo a su paso si no se toman medidas para prevenirlo.
Por Matías Morici
Decenas de miles de personas fueron evacuadas en Los Ángeles por los incendios forestales de gran magnitud mientras las autoridades trabajan sin descanso para contener las llamas. El fuego arrasó con casas y vastos territorios alimentado por los vientos extremos, que crearon un contexto propicio para que se propague a una velocidad alarmante.
Tras la muerte de cinco personas y la desaparición de otras tantas, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, declaró como «zona catastrófica» los lugares afectados por los incendios en California, lo que libera de forma inmediata fondos federales para la reconstrucción de las estructuras dañadas, según lo anunció la Casa Blanca.
Enero suele ser una época de lluvias en esta región del país norteamericano. Sin embargo, este año el invierno se presentó con fuertes sequías en la zona, motivo por el cual el sur de California quedó con una vegetación altamente inflamable. En este contexto, los vientos de hasta 160 km/h de Santa Ana actuaron como un catalizador para avivar las llamas y esparcir brasas a kilómetros de distancia.
¿Cómo se desatan los incendios y por qué resultan tan voraces?
Lo primero que hay que destacar es que la mayoría de los incendios forestales no tienen un origen natural: según National Geographic, en Estados Unidos entre el 85% y el 90% son provocados por la negligencia humana. Una fogata mal apagada, una colilla de cigarrillo tirada al suelo o actos de vandalismo con diferentes fines son los motivos más comunes por los que se desatan los incendios. En menor medida, causas naturales como rayos también pueden ser responsables.
Lo que convierte a estas chispas iniciales en incendios devastadores son las condiciones climáticas, como sequías prolongadas, temperaturas elevadas y vientos fuertes.
En el caso de Los Ángeles, el origen de los focos ígneos aún están bajo investigación. No obstante, se sabe que una vez declarado el incendio los feroces vientos de Santa Ana se encargaron de esparcirlo rápidamente. Las brasas que viajan en las ráfagas pueden encender nueva vegetación seca en cuestión de segundos, ampliando el área afectada. En ese marco el fuego puede avanzar a velocidades de hasta 22 kilómetros por hora.
Es así como se originan los desastres, ya que cualquier reacción humana para contener el fuego resulta ineficiente, obligando a las autoridades a concentrar esfuerzos en evacuar las zonas más peligrosas para luego librar la batalla contra las llamas.
¿Cómo se detienen incendios de esta magnitud?
Detener un incendio forestal implica atacar alguno de los tres elementos esenciales para su propagación: combustible, oxígeno y calor. Las brigadas de bomberos utilizan diversas técnicas, como rociar agua y retardantes para enfriar las llamas y crear los llamados ‘cortafuegos’ removiendo la vegetación que podría servir de «alimento» para el fuego.
Estas quemas controladas consisten en prender fuego a zonas seleccionadas para eliminar material inflamable, lo cual resulta eficaz para frenar la expansión de incendios descontrolados.
Es clave que todos los esfuerzos coordinados de bomberos, voluntarios y autoridades locales se guíen bajo un plan de acción en conjunto para mitigar los daños y proteger tanto a la sociedad. Por el contrario, acciones que sean ejecutadas de forma desarticulada pueden derivar en resultados insatisfactorios y, en algunas oportunidades, hasta podrían empeorar la situación.