«Sapos»


Cuenta la psicóloga española Isabel Serrano Rojas que, cuando éramos chicos, el error no servía para nada, salvo para incriminarnos.

«Para los que éramos niños en los 60 y los 70, los errores venían vestidos de lapicera roja. Más lapicera roja, más burro eras y más broncas te llevabas. El error estaba siempre en uno mismo, por vago o inepto».

Y agrega: «A veces, encontrabas algún alma compasiva que te hablaba de superación, apunta en alto si quieres que la flecha alcance la diana, decía una de mis profesoras. ¡Qué flecha y qué diana!, pensaba; yo sólo quiero esconderme y que no me alcance el aluvión rojo. Cometer errores daba miedo», reflexiona.

El error no parecía una parte saludable de nuestra vidas, aunque él ES parte de nuestra cotidianeidad.

Sin embargo, estamos en tiempos en donde la taba se dio vuelta deliberadamente.

Hoy es difícil y por momentos imposible que un docente cuestione a un alumno: o le cabe el reto de las autoridades de la escuela o hasta corre riesgo de comerse una paliza de los padres.

Algo pasó para pasar de una sociedad del castigo a una de la indulgencia.

Citando al inventor de la lámpara incandescente asoma uno de las oportunidades más provechosas que da la perspectiva del error, siempre que se lo reconozca como oportunidad de mejorar.

Thomas Edison decía: «No he fracasado, tan sólo he averiguado 999 maneras de cómo no se hace una lámpara y he descubierto un modo de crearla».

Sigue diciendo la psicóloga Isabel Serrano:

«Hay una falacia relacionada con el talento. A la meta no se llega frescos y sonrientes, pero lo parece. Cuando vemos a alguien levantar la copa del éxito, no recordamos que para llegar hasta ese lugar ha cometido fallos, superado obstáculos y afrontado esfuerzo».

Y agrega: «Vivimos en un mundo que glorifica el éxito y la superación personal, pero olvida que todo triunfo está precedido de innumerables errores y de algún que otro fracaso».

De alguna manera, los errores nos hablan.

Queda en nosotros escucharlos.

Porque, como dice el dicho, «no hay peor sordo que el que no quiere escuchar».

¿Hace cuántos años periodistas serios como el querido Ruso Ramenzoni viene advirtiendo sobre los descalabros institucionales-futbolísticos y psicológicos que rodean a la Selección argentina de fútbol?

Todo lo que viene sucediendo desde al menos el Mundial 2014 para acá no es más que una sucesión de errores que todos, TODOS los protagonistas y co-protagonistas en torno al equipo nacional prefirieron no escuchar, ni reconocer, ni procesar y mucho menos aprovechar.

Eso para mi es mediocridad.

¿Acaso, quien escribió estas líneas, ustedes mismos o los que están a su alrededor son el resultado de éxitos o de errores acumulados?

Poner 11 tipos en una cancha sin trabajo eficiente de un técnico y querer ganarle a otro equipo (por lo menos preparado con mínimos requisitos y razonable trabajo) es apostar por algo por el cual los argentinos solemos arriesgar muchas fichas.

Es el pensamiento mágico de echar a rodar la pelota, que todo salga como queremos y que un mago, en este caso Messi, frote la lámpara para que se haga el hechizo.

Puro pensamiento mágico.

Es como dice Ricardo Kirschbaum en Clarín:

Los argentinos, los de antes y los de ahora, seguimos esperando que nos salve una cosecha.

Como la que hasta ahora no floreció en Rusia, mientras los dirigentes de la AFA, Sampaoli y los 23 jugadores de la Selección siguen tirando semillas al pasto del campo de juego, esperando que crezcan las flores de la gloria en tan solo 15 días.

Pensamiento mágico y nada más eso.

Por Diego Corbalán 

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