El Gobierno se mueve entre el acuerdo por el FMI, un discurso durísimo y las próximas legislativas. Los problemas de Kicillof y la doble presión a la que lo someten Cristina y la suba del delito.
Por Santiago Fioriti para Clarín
Hace un tiempo, a Javier Milei le preguntaron si tenía ganas de tomarse un descanso, unas mini vacaciones de verano. Le ofrecieron algunas residencias en el Interior para que se alejara del ruido de la Ciudad y del microclima -a veces solitario y asfixiante- que se respira en Olivos. Dijo que no. Que prefería quedarse con sus cuatro perros y no interrumpir su rutina. El Presidente recibe todos los días en su despacho un informe con números de la macroeconomía: el estado de las reservas, la base monetaria, el riesgo país, el curso de la deuda y la variación de la tasa de inflación general y mayorista. Es eso lo que lo mantiene excitado. Las otras discusiones, como las que se libran desde su paso por Davos o desde la salida de la Argentina de la Organización Mundial de la Salud, son atractivas para las redes y decisivas para el objetivo del Gobierno de controlar la conversación pública, pero, en el fondo, pueden esperar.
Los asesores del Presidente creen que este año, cuando los argentinos asistan a las urnas para elegir legisladores, la única pregunta que se harán es si sus familias se encuentran “un poco mejor o un poco peor” de lo que estaban cuando se inició la nueva era. Realpolitik. Realpolitik libertaria.
“Lo demás son entretenimientos del Círculo Rojo o de intensas minorías”, dicen en el pináculo del poder. Aunque en esas oficinas todavía resuenan los ecos del discurso del jefe de Estado en Davos y del escozor que provocó en un sector de los propios -que tuvo que hacer malabares en privado para justificarse e, incluso, para argumentar que su líder no es homofóbico-, en el oficialismo nadie estima que podría afectar el rumbo ni condicionar el humor social, que después de un año de ajuste y confrontación extrema se mantiene en márgenes elevados.
La oposición y algunos encuestadores sostienen lo contrario. Pero lo cierto es que las críticas que recibió Milei por su posición acerca de la diversidad sexual y a la asociación que hizo entre homosexualidad y pedofilia, en Balcarce 50 fomentaron el rito de autocelebración.
De frente a los micrófonos se habla de “batalla cultural”; en la intimidad se reconoce que el requisito inicial frente a cada aparición de Milei es que su voz se escuche y se expanda. “No vendemos la Coca Cola, que se vende sola. Vendemos un producto político”, dicen. Quienes asemejan el discurso y el estilo presidencial a la ignominia y organizaron la masiva marcha del orgullo “antifascista” y “antiracista” deberían saber algo: Milei pronunció en Davos una de las versiones que consideró más moderadas de los tres borradores que tenía en su equipaje. Quiere decir que había una más suave, pero también una más violenta.
A veces, la reacción de la oposición a los temas que impone Milei se convierten en un bumerán. El sábado pasado, Axel Kicillof creyó ver la oportunidad de capitalizar el descontento y asistió a la marcha LGBT, pero terminó, primero, abrumado por los reclamos por mayor seguridad que se trasladaron enseguida a las redes sociales y, días después, teniendo que suspender un acto en Mar del Plata que había planificado, entre otras cosas, para mostrar que, si no se anima a enfrentarla, al menos puede jugar a diferenciarse de Cristina.
Los asaltos y crímenes en el Conurbano lo colocaron en el ojo de la tormenta. La inseguridad es un viejo problema de los bonaerenses. El kirchnerismo nunca halló respuestas, ni siquiera cuando la economía creció a tasas chinas en los años de Néstor Kirchner, que disuadió la fantasía de que el crecimiento económico traía aparejada una merma de los índices del delito. El tema estuvo, históricamente, al tope de la lista de reclamos. Solo fue superado por la inflación en 2023, cuando los precios se dispararon y la gente dejó de saber cuánto iba a pagar al llegar a la caja del supermercado. Ahora que la inflación disminuye, el flagelo de la inseguridad emerge con potencia. Los delitos son violetos, las protestas por Justicia aumentan y encima se reproducen de modo constante en la televisión, lo que agiganta el fantasma en la Gobernación.
Milei, que la semana anterior había decidido no contestarle a Cristina, subió al ring al gobernador y lo acusó de no poder frenar “el baño de sangre” de su distrito. Gabriel Katopodis, el ministro de Infraestructura de la Provincia, reclamó a la Nación el envío de fuerzas federales, un recurso siempre a mano, que -también- se pide y se implementa desde los tiempos de Kirchner.
Aún así, el ministro del área, Javier Alonso, negó una crisis. Hubo rumores que dieron cuenta de su salida, una idea que nunca pasó por la cabeza de Kicillof. “Sería peor el remedio que la enfermedad. No tendría a quién poner, dijeron en el Gabinete bonaerense. La sensación de desconcierto es tal que no faltó quien extrañara los shows del helicóptero que montaba Sergio Berni.
Kicillof lidia con el delito (el año pasado creció 18 % la tasa de robos, según cifras oficiales que hoy publica Clarín) y con las pulseadas políticas internas que tienen como telón de fondo las elecciones de este año. Cristina se niega al desdoblamiento, pero los intendentes le piden a Kicillof que desenganche la contienda bonaerense de la nacional para no verse perjudicados por el arrastre de las listas mileístas. En los próximos días habrá un hecho clave: el Senado podría aprobar (se habla del día 19 o 20) la suspensión de las PASO, un proyecto que acaba de tener media sanción en Diputados.
Si eso ocurriera, el gobernador tendría que decidir entre cumplir la palabra que en reserva les dio a algunos alcaldes aliados -que adelantará los comicios- o acordar con Cristina y mantener todo en la misma fecha. Hace ya varias décadas que las elecciones en la Provincia coinciden con las nacionales. Habrá que ver si Kicillof se anima al cambio y -como le suplican los jefes comunales- a romper con su mentora.
Buenos Aires agita los ánimos. Un sector del PRO presiona para un acuerdo con La Libertad Avanza que impida dividir el voto y abrir una chance extra para un nuevo triunfo del kirchnerismo. Diego Santilli está al frente de esa movida. Santilli fue mencionado como integrante de la mesa chica de Jorge Macri en la Ciudad, pero luego él mismo hizo saber que no era así. Pequeños papelones
Mauricio Macri condiciona la maniobra en la Provincia a una negociación más amplia. No ha habido avances. Milei le había pedido a Santiago Caputo que se sentara a negociar con el ex presidente. No lo hicieron más que a través de un tercero. Nunca se vieron. Ni siquiera se saludaron para las fiestas.
Las conversaciones se terminaron de trabar cuando Jorge Macri, con el guiño de su primo, anunció que adelantaba la elección de legisladores porteños. Los libertarios lo tomaron casi como una declaración de guerra y empezaron a buscar candidatos para desafiar al PRO en su bastión. Las elecciones para legisladores locales, que se harían en mayo, no les importan tanto, pero en la de senadores y diputados nacionales jugarán a fondo.
Karina Milei fantasea con regar de candidatos populares y sin experiencia política que puedan defender las banderas con la misma pasión que su líder. En las listas preliminares hay nombres sorpresa: conductores de radio y televisión, economistas, influencers, tuiteros y artistas. Entre ellos, un periodista al que sondearon primero como postulante y luego como eventual reemplazante de Manuel Adorni, para el caso de que el actual vocero fuera incluido en las listas para el Congreso.
Esto último no ocurrirá. Ni Adorni ni Karina Milei formarán parte de la contienda electoral. Tampoco Santiago Caputo, pese a los trascendidos que surgieron días atrás, después de su afiliación a La Libertad Avanza de la Ciudad. La afiliación respondió a un pedido de la hermana del jefe de Estado. “Vení, tenés todo para firmar”, le dijeron al gurú. Cuando Caputo asistió ya lo esperaban con un fotógrafo. “Lo sacamos de las sombras por un rato”, se oyó.
Los mileístas se ilusionan con una elección nacional que les permita alcanzar a fin de año, cuando se renueve la Cámara baja, el tercio de diputados que necesitan para blindar los vetos presidenciales y dar señales al mercado de que no estará en riesgo la gobernabilidad. El año electoral podría sacudir a los mercados.
El mundo no ayuda. Las turbulencias financieras son recurrentes. Frente a la escasez de dólares, Luis Caputo quiere acelerar el acuerdo con el FMI. Al Gobierno le gustaría anunciarlo cuanto antes. Según el Ministerio de Economía se espera un desembolso de 12 mil millones de dólares. Eso, dicen, si no hay una sorpresa de último momento.