El trasfondo del enojo con Solá por la conversación con Biden

El canciller blanqueó en público un problema serio: los funcionarios de los EE.UU. no apoyan un acuerdo de la Argentina con el FMI.


Por Marcelo Bonelli para Clarín.

Alberto Fernández estaba irritado. La bronca trepaba por su despacho de la Casa Rosada. Lo escuchó azorado su círculo íntimo. El Presidente repetía, durísimo: “La declaración es profundamente imprudente”. Alberto –primero– no quiso hablar con Felipe. Su entorno buscó la renuncia y hubo refriegas entre el canciller, el ministro de Economía y el jefe de Gabinete.

Felipe Solá repitió su defensa: “Yo no inventé nada. Pero me como el sapo. Mi error fue mencionar a Mark Rosen”. El canciller no renunció, pero este jueves por la noche comentó a su equipo de asesores: esto no saldrá gratis.

Ocurrió después de que terminaba de hacer su polémica entrevista radial y explicado con detalles la –su versión- conversación entre Alberto y Joe Biden.

Pero –cierta o no su versión- Solá había vulnerado un punto central de las condiciones impuestas para concretar la conversación bilateral. En Washington fueron explícitos con Jorge Argüello: Alberto no podía abordar problemas actuales con la Casa Blanca. Alberto habló mucho de Francisco. Biden le confesó que el Papa –cuando viajó a EE.UU.– había reunido a toda su familia y en la intimidad les dio consuelo personal por la muerte de su hijo.

Alberto vinculó –después- al Papa con la negociación del FMI. Biden lo frenó: “En EE.UU., los presidentes van de uno en uno. Yo no soy el actual Presidente”.

Fue una condición central para organizar la conversación telefónica: no hablar del fin de la administración Trump.

Alberto aceptó porque el diálogo fue una –importante– señal política de apoyo para la Casa Rosada en medio del tsunami económico y el desgaste político.

En esa jornada, el Presidente hizo lo que no concretó en un año: habló con su colega de Brasil y el electo de EE.UU. Así, Alberto marcó una diferencia con el kirchnerismo. Ahora está entusiasmado: desde que no habla con Cristina, frenó la caída y subió un poco en las encuestas.

Nadie en la política creé el cuento oficial: que Solá no estuvo en la charla porque se equivocó de lugar y se fue a Olivos. Se insiste en otra cosa: que el entorno de Alberto prefirió que no estuviera en la conversación y lo mandaron a Olivos. Buscan su cargo y quieren deflecarlo.

De hecho, fueron los voceros de la Casa Rosada los que ventilaron el escándalo en forma descarnada 48 horas después de que ocurrió. Fue después de una tensa reunión entre Felipe y el ministro Martín Guzmán. Se dijeron de todo.

Guzmán acusó a Solá de provocador y el canciller a Guzmán de ingrato. Guzmán se sinceró: “No había que hablar de Rosen. El va a seguir en el FMI”. Solá retrucó: “Y porqué no avisan y vos operás contra mí”. Guzmán contraatacó : “Yo no opero contra nadie”.

El ministro está inquieto, porque el delegado de Estados Unidos hizo una queja: le llenó la cabeza con reproches a Sergio Chodos. Solá volvió a hablar del tema con el jefe de Gabinete. Fue el miércoles a la noche. Solá quiso hablar con el Presidente, pero hasta ahora solo intercambiaron chat. Hay bronca. Santiago Cafiero lo tranquilizó: “Nadie te va a pedir la renuncia”. El canciller subrayó: “Yo soy bocón, pero no invento”.

Aunque en la conversación con Biden no se haya mencionado la cuestión con el Fondo, Felipe cometió un sincericidio y puso el dedo en la llaga. Solá blanqueó en público un problema serio: que –por ahora- los funcionarios de Estados Unidos no apoyan un acuerdo blando entre Argentina y el FMI.

Trump está complicando las cosas y nada resuelve en sus últimos días de gestión. Por eso Kristalina Georgieva no quiere firmar hasta que se vaya de la Casa Blanca. Mark Rosen, el cuestionado representante de EE.UU. en el FMI, tiene una posición intransigente con Argentina.

Es el director más poderoso y se dedica a poner “palos en la rueda”: es uno de los que piden mayor ajuste al ministro Guzmán. Rosen –como otros directores “duros”- se escuda ahora en papeles técnicos: la dupla Luis Cubeddu y Julia Kozak no volvió a Washington suficientemente conforme con las propuesta del Palacio de Hacienda.

Los burócratas del FMI tienen dudas en varias cuestiones centrales. La primera es sobre la consistencia de la política monetaria y cuánta emisión soporta la financiación del Tesoro. El BCRA transfirió al Tesoro –el jueves pasado– otros 90.000 millones de pesos en calidad de “utilidades”. La dupla reconoce que el tipo de cambio actual está por encima de la serie histórica.

Pero ambos señalan que aún así, no entran dólares en la Argentina. En el último mes, las reservas bajaron 1.200 millones de dólares.

Por eso se ampliaron los plazos de negociación: la estrategia de Georgieva es cerrar en febrero y auditar la “racionalidad” económica del Gobierno en estos tres meses.

Cristina metió este jueves dudas sobre esa prudencia prometida al FMI. Anuló de un plumazo la decisión de hacer un pago a cuenta –y no adicional– a los jubilados. Cristina comentó esto en el Instituto Patria: “Yo en el Senado no voy a avalar medidas impopulares de ajuste”.

También se lo repitió a Martín Redrado en el reencuentro entre ambos. En una cena de influyentes empresarios y sindicalistas se conoció quién fue el gestor de esa reunión: Javier Timerman, el financista argentino de Manhattan.

El “papelón” diplomático reflejó también el “amateurismo” e improvisación con el cual el Gobierno maneja temas calientes. En la Casa Rosada fantasean y creen lo siguiente: que el acceso a Biden puede reemplazar la necesidad de tener un programa macroeconómico.

También hay euforia porque el ministro Guzmán tiene un vínculo con Janet Yellen, la futura secretaria del Tesoro.Yellen –como Guzmán- fue discípula de Joseph Stiglitz. Su esposo, George Akerlof ganó con Stiglitz el Premio Nobel de Economía.

La vinculación –sin duda– facilita el diálogo. Ahora Guzmán solo tiene acceso formal con Steven Mnuchin, el actual secretario del Tesoro de EE.UU. Pero algunos funcionarios sueñan con que esa mejor sintonía va a evitar que el FMI exija un plan económico antiinflacionario y de crecimiento. Eso no existe en el mundo real.

La presencia de Biden es una buena noticia para America Latina. También golpea a Jair Bolsonaro. La principal contribución sería la siguiente: Biden va a debilitar el dólar y hará sostener los precios internacionales de las commodities.

En otras palabras: las condiciones internacionales podrían ser mejores para Argentina.

También la aparición de las vacunas tiene un “efecto riqueza”. El laboratorio Pfizer aún no firmó contrato con Argentina y exige que tenga la rúbrica del propio Alberto.

Pero esa brisa -no será viento- internacional, la Casa Rosada sólo la podrá utilizar si está ordenada la economía argentina. Y eso no ocurre: la brecha del 100% y la inflación creciente son termómetros del fuerte desequilibrio de Argentina.

Alberto –empujado por Cristina – se metió en una pelea innecesaria con Horacio Rodríguez Larreta. Ya no se hablan. La ofensiva tiene un costo para la Ciudad, pero consolida la imagen presidencial del jefe de Gobierno.

Larreta metió mano al impuesto a las Leliq. Miguel Pesce salió con los tapones de punta. Tuvo un duro diálogo con Martín Mura. El ministro porteño defendió la legalidad del tributo y contragolpeó: “Miguel, no nos pueden echar la culpa a nosotros del desastre de la política monetaria del BCRA”.

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