Alberto Fernández completó el 10 de diciembre pasado un ciclo de 12 meses marcados por la incertidumbre, debido a la emergencia sanitaria a causa del brote de Covid-19, de un crisis económica y de su incómodo «matrimonio político por conveniencia» con la vicepresidenta.
Por Emiliano Rodríguez para NA.
El gobierno de Alberto Fernández cumplió su primer año de gestión días atrás, con un saldo agridulce producto de la pandemia de coronavirus, las tensiones dentro del propio Gobierno y de haber podido impulsar apenas un puñado de grandes promesas de campaña.
Fernández completó el 10 de diciembre pasado un ciclo de 12 meses marcados por la incertidumbre, debido a la emergencia sanitaria a causa del brote de Covid-19, de un crisis económica que continúa golpeando con dureza a la sociedad argentina -en especial, a los sectores más vulnerables- y de su incómodo «matrimonio político por conveniencia» con la vicepresidenta.
A lo largo de este primer cuarto de gobierno, el jefe de Estado no consiguió librarse jamás de la sombra de Cristina Fernández de Kirchner ni de las sospechas de que, en efecto, son las decisiones que toma la líder del Frente de Todos las que marcan el rumbo de la actual coalición peronista en el Poder.
Las promesas de campaña vinculadas con encender la parrilla, llenar la heladera y levantar «la palanca de la economía» por el momento no se han cumplido, en parte a causa de la pandemia de coronavirus, pero también debido a una falta de lineamientos claros sobre cuál es el plan -si es que existe- para alcanzar una reactivación de la actividad productiva.
Después de los cuatro años de gestión macrista, en los que se agudizó la crisis por la que ya transitaba el país, Fernández debió concentrar sus energías en lidiar contra la epidemia de Covid-19 y tomó medidas de emergencia en medio de un contexto excepcional: como planteó el propio mandatario, se priorizó la salud de la población por sobre la economía.
Así y todo, la Argentina acumula casi 1,5 millones de casos de coronavirus, con más de 40.000 víctimas fatales.
Ahora, las expectativas del Gobierno permanecen ancladas en un probable acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), visto en la Casa Rosada como un paso clave para comenzar a avanzar hacia un eventual crecimiento económico, aunque especialistas advierten con un 2021 también complejo para el país.
Así como sucedió con el económico, el mandato político con el asumió el jefe de Estado, de acuerdo con sus propias promesas de campaña, también está incumplido al menos por el momento: aquella versión de Fernández que levantaba las banderas de la moderación y el diálogo, intentando diferenciarse del kirchnerismo más duro, se fue «agrietando» con el correr de los meses.
En el epílogo de un 2020 sumamente difícil, el Gobierno apuesta en lo inmediato a destinar más dinero a planes sociales tendientes a abastecer el bolsillo de los más necesitados, en busca cerrar el año sin sobresaltos.
No obstante, se mantienen vigentes los signos de interrogación sobre el programa económico (global) de la Casa Rosada en 2021 y su estrategia para llevarlo adelante, más allá de los reiterados anuncios acerca de la realización de obras públicas en distintas regiones del país.
¿Quién gobierna y hacia dónde va el país?
Desde el mismo momento de la creación del Frente de Todos, que tres meses antes de las PASO de 2019 no existía, comenzaron a surgir dudas acerca de cómo iba a funcionar el Gobierno en el caso de que la coalición desembarcara, como finalmente sucedió, en Balcarce 50: un año después de la asunción, se trata ésta de una incógnita que aún no se ha dilucidado.
Porque en definitiva, no está claro si Fernández toma las decisiones, si las negocia con el kirchnerismo -básicamente, con Cristina- o si le imponen las decisiones, como ocurrió días atrás con el proyecto de movilidad jubilatoria. Incluso una combinación de estas tres alternativas podría ser posible en un Gobierno con tensiones internas.
El año transcurrido aportó evidencia sobre cómo funciona la coalición peronista que comanda actualmente el destino del país y del claro poder de influencia que posee y que ejerce la vicepresidenta. De todos modos, quién gobierna y hacia dónde va la Argentina aún son materia de discusión.
En este sentido, está por verse si Fernández el año que viene intentará conseguir una mayor centralidad política y disponer de más injerencia en la toma de decisiones o bien continuará resignando protagonismo en pos de preservar ese delicado equilibrio puertas adentro con sectores del kirchnerismo duro.
Toda esta extraña situación política, en la que un presidente luce más débil que su número dos y líder del espacio que gobierna, se produce en momentos en los que la Argentina registra índices de pobreza cada vez más preocupantes, con una caída del empleo y una inflación que no da tregua e incluso amenaza con acelerarse en los próximos meses.
Así y todo, en este contexto, luego de casi nueve meses de una pandemia que aún se mantiene vigente en el país, Fernández sí resolvió cumplir con otra de sus promesas de campaña e impulsar un proyecto que habilita la interrupción voluntaria del embarazo, el cual ya fue aprobado en la Cámara de Diputados.
Se espera que antes de fines de año la iniciativa se vote en el Senado, donde la discusión será más reñida, aunque los «verdes» confían en que lograrán imponerse sobre los «celestes», a diferencia de lo ocurrido hace dos años, cuando en la Cámara alta quedó trunca la propuesta.
Con este proyecto, la Casa Rosada busca de alguna manera renegociar su contrato político con aquellos desencantados del gobierno de Fernández, en el corolario de un año cuya gestión evidenció un rendimiento de mayor a menor, tal como quedó reflejado en numerosas encuestas sobre imagen y ponderación de la tarea del ex jefe de Gabinete en Balcarce 50.